Creo que voy a renunciar a ver el torneo de básquetbol por los Juegos Olímpicos. Hoy lo comprobé en la bastante cómoda victoria ante Australia. No sé muy bien porqué pero es un deporte que, como espectador, me pone nervioso de una manera que no lo hace casi ningún otro (el tenis, por momentos, puede lograrlo; o el fútbol en determinadas circunstancias). Pero esto me aterra, me paraliza más que una película de David Lynch.
El básquet tiene una serie de imprevisibilidades que me desconciertan. Y hoy, en un partido en el que la Selección Argentina estuvo siempre arriba del marcador por diez, quince o veinte puntos, sentí que si no aguantaba ver eso sería mejor que ni prenda la televisión en el partido, digamos, contra Rusia.
Si bien siempre me tensiona el básquet, este año me pasa más que nunca. Me da la impresión que en los otros Mundiales o la Olimpiada anterior, el equipo iba un poco más de punto y la posibilidad de perder era cierta, lógica y hasta esperable en muchos casos. De hecho, buena parte de las victorias de la selección entre 2002 y 2006 fueron sorpresivas, empezando por las dos a los Estados Unidos.
Pero ahora se trata de una selección consagrada, de campeones en todas las áreas, de esos tipos que deberían salir y ganar. La sorpresa es cuando pierden. Y, a la vez, tengo la sensación de que esta selección es al básquet lo que la de 1982 fue a la de fútbol. Muchos de los mismos jugadores, aún en mejor forma, pero con la sensación de que ya el objetivo lo cumplieron. Ahora la mayoría está acomodado en buenos equipos, muchos en la NBA, tienen enormes salarios e, inconscientemente, parece que cuidan el cuerpo de posibles problemas, accidentes o lesiones.
No es el caso del “animal” de Nocioni que se tira sobre los contrarios como en un partido de rugby y creo que tampoco de Luis Scola, que tiene una situación personal en China (es compañero de Yao Ming en los Houston Rockets) y que todavía tiene que seguir demostrando en la NBA. Pero no puedo quitarme la sensación de que es un conjunto de individualidades consagrado, ya sin el hambre de gloria de entonces. Con todo lo que ya ganó Ginóbili, ¿tendrá la misma motivación que un chico de 20 que tiene todo para demostrar?
Espero que si, que como dicen “los que saben”, en las verdaderamente difíciles les salga el espíritu olímpico y, si se quiere, amateur. Pero me veo venir un fracaso. No contundente, pero fracaso al fin. Como un grupo de rock en su gira de despedida. Espero equivocarme. Y espero tener los nervios suficientes para comprobar en vivo mi error.
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