Había una encuesta muy curiosa que decía que más gente le tenía miedo a hablar en público que a la muerte. No creo ser parte de esa mayoría, pero de cualquier manera siempre me resultó un fastidio hablar en público. A algunos les resulta curioso que uno pueda escribir en un diario que leen muchísimas personas y se aterrorice al tener que hablar frente a cincuenta. Pero sucede. El tiempo presente, la palabra justa, el miedo al error, al blanco, al vacío, son todos elementos que se juntan para transformar la situación en potencialmente fatal. El escribir es una tarea que permite mayor tiempo y reflexión, mayor maduración de las ideas. Conozco grandes escritores que son muy malos oradores y viceversa. De hecho, diría que casi siempre sucede eso.
No se muy bien cómo, pero últimamente el asunto se me ha empezado a hacer más sencillo. Ayer por la mañana, en el marco del SANFIC, cuatro críticos latinoamericanos tuvimos que hacer una presentación de la situación del cine y de la crítica en este continente ante un auditorio repleto con, no sé, más de 200 personas. Y será que el tema es "el pan nuestro de cada día", pero lo cierto es que el asunto salió impecable. O al menos así me pareció.
Tal vez uno considere impecable cualquier evento en el que nadie sude a mares, se trabe al intentar hablar, se desmaye o diga incoherencias. Y lo digo porque he vivido situaciones de ese tipo por lo que, el hecho de que cuatro personas terminemos enteras una presentación así me resultó sorprendente.
Pero más allá de eso, lo que pude notar en las conversaciones con los colegas chilenos, peruanos, uruguayos y hasta brasileños es el grado de importancia y de peso que le dan al cine argentino. No es que no lo sabía, pero me llama la atención el grado de respeto con que se trata al cine nacional comparado con lo autocríticos que son respecto a sus propias cinematografías. A uno, que está acostumbrado a la autocrítica que nosotros hacemos de nuestro cine, le resulta fascinante este respeto y admiración por los directores argentinos, muchos de los cuales ya son conocidos simplemente por el nombre de pila.
No digo esto con la intención obvia de buscar un apoyo al cine argentino a partir de "la mirada de los otros". Creo que sigue siendo un buen momento para discutir qué cine hacemos, qué cine queremos hacer, hacia donde vamos. Pero el piso de respeto y de admiración a los realizadores nacionales en países vecinos que suelen mirar con recelo muchas cosas que se hacen en la Argentina es mérito del trabajo de los cineastas argentinos a lo largo de la última década. Uno puede discutir si el cine argentino pasa o no por un gran momento. Lo que es, en definitiva, indiscutible, es que los cineastas argentinos lo ubicaron en un lugar de privilegio.
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