31.12.09

"Avatar", de James Cameron (Clarín)


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Aquí abajo, la versión extendida (y no corregida) de la crítica:

Cuando se pensaba que James Cameron no podía apostar a hacer algo más grande que Titanic –o que había perdido la razón en el intento-, doce años después de aquel megaéxito aparece Avatar, una película que deja, al menos en tamaño y en búsqueda creativa, a aquel clásico como un filme pequeño... y hasta es probable que lo supere también en taquilla.

Cameron tenía todo servido para el gran fracaso: el tiempo transcurrido daba la impresión de que se había internado en una conquista tecnológica imposible y los primeros avances con las criaturas azuladas que pueblan el filme (los Na'vi, habitantes del casi mágico planeta Pandora) eran casi risibles. Pero no hay más que calzarse los anteojos 3D, sentarse frente a la pantalla y casi todas las dudas desaparecen: Cameron está de vuelta. Y, con todas sus virtudes y defectos, su regreso es más que bienvenido.

Avatar cuenta una historia muy simple y de manera bastante tradicional, al punto que definirla como “Danza con lobos” en el espacio” no es tan reduccionista como suena. El filme se centra en Jake Sully, un marine lisiado (Sam Worthington) que es enviado a Pandora en una misión especial: debe reemplazar a su hermano gemelo, un científico que ha muerto, como parte de un equipo de investigación en la cultura y costumbres de los Na'vi. La forma de hacerlo es a través de los “avatares”: el hombre se coloca en una camilla, su ADN es transportado al cuerpo inerte de un nativo y así puede ingresar a la increíble “caja/mundo” de Pandora.

Pero, como Jake es marine, los militares que están apostados en Pandora quieren utilizarlo para otros fines. Básicamente, convencer a los Na'vi de dejar su tierra ya que debajo del gigantesco árbol que les sirve de “hogar” hay una importante reserva de unobtanium, valioso material que los terrícolas quieren llevarse. Tras una serie de errores y accidentes (cuando Sully pasa a su cuerpo azul y gigante se entusiasma con la posibilidad de volver a correr), el avatar de Sully termina entre los Na'vi, entra en su extravagante mundo (una mezcla de selva amazónica con pecera psicodélica que contiene la flora y la fauna más extravagante jamás imaginada en el cine) y, a lo largo del filme, deberá debatirse entre cumplir su misión militar o la científica: aprender las costumbres de los “indígenas”.

En el medio habrá espacio para una épica romántica (Sully se enamora de la Na'vi Neytiri), una bélica (será inevitable la batalla y la invasión militar), un recorrido geográfico-cultural (Neytiri le muestra a Sully, y a nosotros, los hábitos, costumbres y criaturas de esta versión elongada de los hobbits) y un combate interior entre varios mundos: el de la ciencia (con Sigourney Weaver como la científica a cargo del programa), el militar (con Stephen Lang en el rol del comandante invasor, un George W. Bush con esteroides) y el espiritual/ecológico que profesan los habitantes de Pandora, conectados a la “Madre Tierra” de una manera, digamos, inusual.

Más allá del aspecto “virtual” de Sully que lo obliga a una extraña doble vida, hay muy poco en Avatar que escape a la estructura tradicional de un western o una película bélica. De hecho, pueden hacerse muchas lecturas del filme como una crítica a la política invasora de los Estados Unidos (de Irak para atrás, cualquier comparación funciona), tanto en lo militar como en lo cultural (“¿qué le podemos ofrecer nosotros a ellos? -se pregunta Jake en su videodiario personal-. ¿Bluejeans y cerveza light?”) al punto que uno se pregunta si lo que sucede en la Tierra, paralelamente a estos hechos (corre el año 2154) no se parecerá al futuro visto en Terminator.

Lo que sí es diferente, revolucionario en el sentido de iniciar un cambio tecnológico clave en la historia del cine, es su formato tridimensional y sus personajes digitales. En el primer caso, la película es un triunfo absoluto. Cameron ha creado un mundo en 3D inmersivo, que permite al espectador ser un segundo “avatar” en todo este proceso, casi un participante más del asombroso universo de un filme hecho en base a incontables transferencias (psicológicas, físicas, metafóricas). Y lo hace casi sin apelar a los trucos de lanzar objetos a la cara del espectador: el 3D en Avatar ensancha la pantalla, le otorga volumen, la expande. Cameron sabe que hay mucho en el cuadro para observar y tiene la discreción (o el clasicismo narrativo) de, más que tirarnoslo por la cabeza, hacernos entrar como en un encantamiento.

Donde la película no termina de “revolucionar” es en el tema de los personajes digitales. Los Na'vi son un gran paso en ese viaje (si vale la pena hacerlo o no, es otro tema), pero sigue habiendo algo indescifrable en ellos y resulta complicado involucrarse emocionalmente en la historia de la misma manera que se lo haría con actores. Sin embargo, el poder narrativo de Cameron es tal que, al ver el filme más de una vez, uno empieza a olvidar esa extrañeza y logra compenetrarse, un poco, con esas criaturas gigantescas y con cola, más allá de que se los pinte con un dejo de condescendencia (¿o inocencia?, ¿o decisión política?) new-age.

Avatar es un cúmulo de contradicciones. Una película ecologista y defensora de la naturaleza hecha casi toda de manera digital, virtual. Un filme sobre el respeto a la identidad cultural de los pueblos que aterriza en los cines de todo el mundo a la manera de un ejército invasor. Una apuesta a una revolución técnica armada con una estructura narrativa propia de la literatura del siglo XIX. Una épica de motivos cristianos para una película que abraza una suerte de panteísmo científico. Una crítica al abuso de la tecnología que no podría hacerse sin “abusar” de ella. Y así se podría seguir al infinito.

Sin embargo, todas esas contradicciones, más que arruinar la experiencia, la expanden, la complejizan, enriquecen su lectura. Sí, es una película con momentos y escenas cursis, con otras prestadas (de “King Kong” a “Matrix”, de “Pocahontas” a “El Rey León”, de “Tarzán” a “Los pitufos” y se podría seguir, interminablemente) y una buena cantidad de autocitas (“Terminator” y “Aliens” en lo audiovisual; “El abismo” en lo filosófico). Pero su poderío visual y narrativo procesa todo ese material sin fagocitárselo, sin llevárselo por delante. Cameron cuenta, seduce, involucra e impacta. Por momentos exagera y se le va mano, es cierto, pero en tiempos de entretenimientos que se esfuman en el momento en que la pantalla se pone en negro, uno agradece y celebra el exceso.

Recuadro

Tras ver Avatar en una proyección 3D y en otra IMAX 3D se puede concluir que la primera es la opción más conveniente, al menos para verla por primera vez. Es que, sentado en una sala de cine convencional, la diferencia que hace su formato resulta muy llamativa y es recomendable para observar todos los detalles. El IMAX de por sí es una tecnología mucho más “envolvente”, con lo que esas diferencias se destacan menos. Es buena idea volverla a ver allí y “meterse” literalmente en la pantalla gigante. Eso sí, no conviene arrancar viéndola en un cine convencional 2D ya que se pierde parte de “la revolución”. Aunque bien podría verse allí... por tercera vez. Y seguir comparando.

Diego Lerer




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