Se estrena en el MALBA la película de Mariano Llinás. Aquí les dejo, sin el permiso de su autor --al que imagino no me hará juicio por publicarlo--, el mejor texto que he leído hasta el momento sobre la película, escrito por Santiago Palavecino, un auténtico hombre de la provincia de Buenos Aires. Y el póster creado por Mondongo, claro, que es casi tan bueno...
Ficciones
Historias Extraordinarias me recordó un libro que le gustaba mucho a Borges: Los tres impostores, de Arthur Machen. En él, dos personajes van envolviéndose en una red de relatos urdidos por otros tres (los impostores del título). Hechos de acontecimientos atroces, estos relatos tienen marcos precisos, son siempre referidos: hay alguien que los cuenta, o un volumen que los contiene. Sin embargo, contaminada por esas escuchas y lecturas, Londres empieza a devenir un territorio poroso, fronterizo, siempre crepuscular. En algún momento su carácter de falsificaciones se vuelve manifiesto, pero nada de su eficacia desaparece. Doble ausencia (de los acontecimientos fantásticos, de la credibilidad de los narradores) que lejos de disolver el efecto seductor lo refuerza, al presentar una suerte de ficción al desnudo. Borges: “El hecho de saber que los relatos de los tres personajes son imposturas no disminuye el buen horror que sus fábulas comunican. Por lo demás toda ficción es una impostura, lo que importa es sentir que ha sido soñada sinceramente”.
Los tres personajes que apuntalan Historias Extraordinarias pueden no ser impostores, pero la apuesta del film por examinar los mecanismos de la ficción es análoga. Claro que el punto de partida acá es la relación entre imágenes y sonidos. Y antes que los tres personajes, existe un narrador omnipresente y con pretensiones de omnisciencia. Narrador (triple a su vez, en tanto se dispersa en las voces de tres actores) que refiere casi todo el film en un sutilísimo juego dialógico, entablando con la imagen relaciones de énfasis, de anticipación, de síncopa, de suplemento. Y que es siempre extremadamente asertivo.
Por otra parte, están las imágenes. Llinás ha optado por el mini DV, y ha construido una puesta en escena muy sensible a la textura del video y a las restricciones expresivas que este impone. Privilegiando lentes cerrados y sin perder nunca de vista que la imagen digital remite casi fatalmente al registro, logra planos que son a la vez precisos técnicamente y ambiguos en su significación. Tanto es así que, confrontada con ellos, la asertividad de la voice-over se adelgaza (se vuelve impostura en el sentido borgiano). Durante la secuencia con Lola Arias y Mariana Chaud, por ejemplo, oímos definiciones inequívocas acerca de la personalidad de las dos hermanas, de sus roles en la economía familiar, de su pasado y de sus expectativas. Tan seguro está el narrador de lo que enuncia que es inevitable ver en las imágenes otra cosa, distinta de lo que se nos dice, aunque oblicuamente solidaria. Esa otra cosa inefable es la irrupción de otro orden, el de la imagen cinematográfica. Los pequeños gestos, las pieles, el instante insignificante, el despilfarro de materialidad que comporta cada bloque de tiempo filmado, se vuelven más presentes. Esa brecha entre imagen y sonido también hace crecer la densidad del fuera de campo, que Llinás explota con inteligencia poética.
Hay entonces un discurso omnisciente mostrándose en su precariedad, y unas imágenes que por su cualidad de documentos se nos hacen más ficcionales. Sistema paradójico de relaciones que tiene como objetivo declarado contar unas Historias que son Extraordinarias.
Historias en plural, no sólo por su profusión, sino por la reticencia a totalizar. Hay una delicada pulseada con las expectativas. Se nos plantean tres historias, y nuestro reflejo de espectador tiene preparada la posibilidad de un cruce que no sucederá nunca. Llinás se instala en lo múltiple y prefiere desviar cada línea en lugar de ligarlas entre sí. Así como no se nos pide permiso para saltar de una historia a la otra, el pulso interno de cada una de ellas es parcialmente imprevisible. Si la historia de X., el inopinado homicida, parece prometer un thriller, pronto pasará a tenerlo como voyeur en un hotel de Azul durante semanas para finalizar con un encuentro romántico y la anónima reparación de una injusticia: su trayectoria no da exactamente aquello que promete, pero tampoco lo olvida. Explorar caminos laterales no implica ignorar la ruta principal. Se trata, una vez más, de matices.
Porque también es cuestión de matices la discriminación entre lo ordinario y lo extraordinario. En la historia de Y., por ejemplo, la vida del burócrata traficante de animales salvajes es extraordinaria. Pero no solamente por sus años nómades, sino también por los veinte años postreros, grises sólo en apariencia. Apariencia es la palabra clave: sustancia misma de la imagen cinematográfica, es la tierra que Llinás elige excavar para encontrar las riquezas que esconde. Ordinario/extraordinario es a la vez el espacio, la provincia de Buenos Aires. Como la Londres de Machen, pero acá con documentada irrealidad, se vuelve hospitalaria al misterio.
Después de esta película, habrá que filmar mejor y pensar mejor. Pero sus fórmulas no pueden ni deben copiarse. Más que sus procedimientos concretos, es la transparencia de su apuesta la que interpela a todos los films argentinos que le sigan, tanto a los industriales como a los artesanales, a los masivos como a los más resistentes. Porque la historia más extraordinaria de todas tal vez sea la de un film donde cada obstáculo (o ventaja) material es un problema formal, de modo tal que podemos ver los resortes de la ficción y pese a eso (o precisamente por eso) fascinarnos. Supongo que es lo que Borges llamaría “soñar sinceramente”.
Santiago Palavecino
1 comentario:
No, no te voy a hacer juicio. Al contrario, muchas gracias. Que disfrutes Zurich. Abrazos,
Santiago
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