En "El brau blau", el crítico español (y guionista de "La línea recta") Daniel Villamediana, crea un pequeño y muy personal ensayo en forma de documental sobre un hombre del que no se sabe bien si entrena para torear o si "juega" a ser torero en un campo alejado de la civilización. Solitario, lesionado, el hombre tiene algo del Misael de "La libertad", de Lisandro Alonso: integrado a su espacio, vive para practicar su arte/destreza, que en este caso es la de torear.
Además de leer textos sobre el tema (uno podría decir que a la influencia del cine de Alonso se le puede sumar la de "Ghost Dog", de Jim Jarmusch), el hombre --cual niño que juega en su mundo de fantasía-- toma su arma, su capa, sus elementos y arma su pequeño escenario de "toreo interior" en una película que tiene algo de ballet, algo de reflexión sobre la relación entre el cuerpo y la naturaleza y que, si no llega a provocar el interés que merece, es porque cinematográficamente es algo endeble, ya que no tiene ni la rigurosidad de la obra de Alonso, ni logra capturar el espacio cinematográfico con la misma intensidad, acaso por las limitaciones del formato video, que suele complicar la apreciación de estas obras contemplativas.
Esa fue mi primera experiencia en cine en la Viennale, continuada enseguida por "Hu-Tieh/Soul of a Demon", la nueva película del taiwanés Chang Tso-chi, ex asistente de Hou Hsiao-hsien cuya "Darkness and Light" (1999) sigue siendo para mí una de las mejores películas asiáticas de la última década, y una de las menos valoradas. Este filme no logra estar a la altura de aquella pequeña joya, si bien tiene similitudes temáticas y de estilo. Aquí, se cuenta la historia de Che, un hombre que vuelve a su hogar en la ciudad portuaria taiwanesa de Nanfangao tras pasar tres años en la cárcel por un crímen que en realidad cometió su hermano menor.
El filme podría dividirse en varias partes/ejes temáticos y tarda bastante en "entrar en clima". Por un lado está la trama familiar (madre que murió, padre que los abandonó y que vuelve de Japón transformado en un gángster de temer), por el otro hay una suerte de trama amorosa/romántica y, lo que cobrará más cuerpo sobre el final, será la tensión entre los hermanos y la pandilla rival que provocó el conflicto que llevó a la cárcel al mayor. Relación en la que, claro, también participará el padre.
El conflicto sociopolítico está planteado desde entrada en la compleja relación entre japoneses y taiwaneses (los primeros gobernaron la isla en la primera mitad del siglo XX y todavía sigue habiendo resabios de tensión instalados), pero de a poco el asunto pasa a la relación entre Che con su padre, su hermano y su ex novia, que ha dejado de hablar tras vivir una situación traumática. Son demasiados elementos que nunca parecen formar parte de un mismo relato hasta que, hacia el final, la situación se va tensando hasta una previsible resolución violenta que va a ser aún más sanguinaria de lo imaginado. Con unos veinte minutos, alguna subtrama y metáfora menos --y con una música menos ampulosa-- estaríamos hablando de una gran película. Así, "Hu-Tieh" se queda a mitad de camino.
El documental israelí viene desde hace años pasando por un gran momento. Y aquí en Viena hay varios filmes que dejan en claro que esa calidad permanece. Aún no vi varios de los que están programados, pero habiendo visto "Z32", de Avi Mograbi, y "Waltz With Bashir", de Ari Folman ("Las confesiones de Roee Rosen" pertenece a "otro palo"), puedo asegurar que el tema que más parece interesar a los documentalistas en este último tiempo no es ya ubicarse desde fuera y mirar la tensión política y social con los palestinos, sino poner en primer plano la ambigüedad, la culpa y el arrepentimiento que muchos soldados muestran tras cumplir desagradables misiones en el frente.
Eso pasa en el filme de Mograbi (que se ve en el DocBsAs), lo mismo en el "documental animado" de Folman (si bien el tema ahí es una masacre que tuvo lugar en 1982, la de Sabra y Chatila). Y también es el tema de "Lirot Im Ani Mehayehet" (Ver si me estoy riendo), de Tamar Yarom, centrado en las mujeres jóvenes (entre 18 y 20 años, en su mayoría) que hacen el servicio militar y viven intensas y desagradables experiencias en "el frente". De todos los casos, éste sin dudas es el cinematográficamente menos interesante, ya que consiste en su gran mayoría en entrevistas filmadas a cámara, una tras otra, en la que se cuentan imaginables y espantosas situaciones que estas chicas tuvieron que vivir.
De cualquier manera, sigo preguntándome sobre esta moda de documentales sobre "la culpa" de los soldados, de la misma manera en la que Mograbi se pregunta (a través de canciones, nada menos) si debería o no filmar un documental sobre los complejos de culpa de un tipo que se entusiasmó con el gatillo a la hora de entrar a un "territorio ocupado" en un operativo de venganza. Me pasa lo mismo con "Waltz With Bashir": no me termina de cerrar la idea de aparecer en una película (o hacer una película) para limpiar públicamente la culpa de haber participado, por acción u omisión, de terribles actos criminales.
Me parece bien que se haga público lo que sienten estos chicos con lo que hicieron, pero por momentos me da la sensación de que son películas hechas para transmitir a la comunidad internacional la imagen de que "no todos los israelíes apoyamos este tipo de acciones", de la misma manera en la que uno a veces se siente obligado a aclarar/explicar a amigos y conocidos sobre sus diferencias, como judío, con las acciones militares del Estado de Israel.
Cuando una de las chicas del filme de Yarom dice que tuvo en sus manos un documento con el que podía haber denunciado ciertas atrocidades de sus colegas y que no lo hizo --y que ahora se arrepiente-- no sé muy bien qué pensar de ella. Me da tristeza, me indigna lo que le pasó, pero también siento que "lavarse las manos" hablándole a una cámara no es suficiente. Si tenés los nombres y los apellidos, denuncialos y a otra cosa. Se supone que Israel es un estado democrático. ¿O no?
Primer problema de la Viennale: películas alemanas sin subtítulos. Así fue que me quedé sin ver "Jerichow", de Christian Petzold.
Lo que sí vi --y con un público fanático a la altura del BAFICI-- fue la nueva de Takeshi Kitano, "Aquiles y la tortuga", sobre la que escribiré en "Clarín" un día de estos. Sólo adelantaré que, más allá de ciertas debilidades que el filme tiene por todos lados, me resulta tal vez su película más emotiva, directa, sincera y personal. Casi un autorretrato de un artista frustrado y confundido, que se siente un poco estafador, un poco deprimido y nada original. Tal vez él también desee --como los soldados israelíes-- que le digamos que lo queremos y que lo perdonamos. ¿Será para eso finalmente que la gente hace películas? ¿O seré yo?
1 comentario:
¡Gracias por las crónicas Diego!
Se agradecen muchísimo.
Mándale un saludo a Arroba si lo ves por ahí.
Abrazos
Manu
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