27.10.08
Diario de la Viennale (Parte 9)
Anoche llegué a Buenos Aires después del viaje más largo y enrevesado de mi vida. Y no porque hubiera salido algo mal, sino porque no tuve otro remedio que organizarlo así, mezclando conexiones via Zurich y Madrid y pasando muchas horas de espera entre vuelo y vuelo. Dejé Viena a las 6 de la tarde del sábado y llegué a mi casa a las 11 de la noche del domingo (3 am. del lunes, en Viena). Hagan las cuentas...
En todas esas esperas pude recordar algunas otras películas que vi y que no comenté en su momento y me detuve bastante tiempo a pensar cómo funciona este tema de los jurados de los festivales de cine (pero eso se los contaré para cuando se conozca la decisión, el miércoles).
Respecto a las películas, la que más me impactó en los últimos días fue la nueva del francés Jean-Charles Fitoussi, "Je ne suis pas morte". Es su primer largo desde su opera prima, de 2002, llamada "Los días en los que no existo" y que se presentó en un muy lejano BAFICI y que recuerdo con mucho cariño y extrañeza (era la historia de un tipo que vivía un día de cada dos). En el medio hizo sólo un corto porque, parece, se guardó todas las ideas cinematográficas para esta épica de tres horas que sólo podría ser descripta como una cruza rara entre este cine francés de línea Rivette/Straub (Bozon, Eugene Green, Bertrand Bonello, Vincent Dieutre, Mathieu Amalric... cuando dirige) con una pizca de David Lynch y una narrativa aluvional propia de nuestra "Historias extraordinarias".
La película cuenta una serie de historias paralelas que se van abriendo a otras historias y comunicándose entre sí, ya que el núcleo central parece ser una anciana que está en coma y que va relatando algunas de las historias. La primera hora está centrada en la relación entre un hombre y Alix, una mujer que, según cuenta la historia, fue creada por el científico William Stein (Nobel de Química, 1972). Ella "nació" a los 27 años, desconoce todo del mundo y es incapaz de amar. La primera y mejor hora de la película se centrará en esta relación.
Luego entrará un hombre con sus dos pequeños hijos que aún ama a la mujer que lo abandonó mientras ella rehizo su vida y planea tener otro bebé. Los personajes y las historias comienzan a multiplicarse. Alix va pasando de pareja en pareja sin poder amar, un niño de 14 años que anda con un burro, se llama Jacopo y habla varios idiomas, busca a su novia perdida, mayor que él, la novia reaparecerá como prostituta de un mafioso, y allí volverá Alix, mientras que Jacopo se hará amigo de un anciano, la nieta de la mujer en coma recibirá visitas, habrá música clásica y --me olvidaba-- otro de los hijos de esta anciana recorrerá toda la película como si fuera un depresivo ángel de la muerte.
Pasa de todo y nada pasa en este verdadero cambalache de escenas, en las que hay un cameo de Straub, planos que cambian del día a la noche en el medio y juxtaposiciones imposibles de tiempo y lugar ("¿Cómo llego a Roma caminando?", pregunta uno. "Pero usted está en Francia", le responden, como si nada), mientras que el tema principal parece siempre ser la imposibilidad de amar, las relaciones frustradas, los fracasos sentimentales.
Es excesivo su metraje como también lo es cierto "vuelo poético" del filme sobre el final, en el que los personajes empiezan a conectarse entre sí de maneras bastante absurdas. Quintín, que parecía irse decepcionando con la película mientras avanzaba a las zonas más delirantes, mencionó la palabra "Babel" pero me parece que exagera: aquí no se busca un sentido superador, organizador de todo. Si la película tiene un defecto es cierta autoconciencia y abuso de las posibilidades de excentricidad de la trama y de la puesta en escena, pero Fitoussi tiene una imaginación desbordante capaz de unir los dialogos clásicos del cine francés de "raigambre intelectual" con escenas de comedia absurda, de ciencia ficción y con momentos cinematográficos muy bellos. Una película desbordada, despareja, pero mejor que la mayoría de las cosas que vi allá (en una próxima entrada volveré sobre el tema de "las películas excéntricas").
Si quieren algo previsible y funcional tienen "Medicine for Melancholy", de Barry Jenkins, pequeña película indie en un tono casi blanco y negro sobre la relación, a lo largo de un día, de un hombre y una mujer que viven en San Francisco. El dato curioso del filme es que tanto el director como los protagonistas son negros y el tema de la raza será central (ella está de novia con un blanco), se hablará de la aparente imposibilidad de "ser indie y ser negro" es los Estados Unidos ("¿Quién lo es? --dice él-- aparte de TV on the Radio") y de los demás tópicos de un affaire breve.
El pequeño encanto que la película tiene se va diluyendo en escenas sentenciosas, didácticas y previsibles. Una buena secuencia casavettiana y nocturna (la pareja va a bailar, se emborracha, etc.) no logra levantar del todo un producto que parece responder a un formato de mercado no del todo explotado.
Dos películas del iraní Ramin Bahrani completaron mi paso por la Viennale (hubo muchas cosas que se dieron aquí que había visto antes y que fueron comentadas en su momento, a las que agregaría, como la muy buena "Z 32", de Avi Mograbi, el documental "Must Read After My Death", de Morgan Dews, y otras que recordaré a la hora del balance final). Los filmes del director de "Man Push Cart" (que sigue siendo mi favorita) son: "Chop Shop" (2007) y "Goodbye Solo" (2008).
Ambas insisten en esta extraña adaptación de temáticas de películas iraníes que Bahrani hace a los Estados Unidos con un estilo de cámara nervioso más cercano a los hermanos Dardenne. "Chop Shop" cuenta la historia de un chico latino que vive de changas en las afueras de Manhattan. La relación con su hermana, con los que "trabajan" con él y los planes de comprar un carrito repartidosr (como en la opera prima) son los ejes de una narración que se me hizo poco interesante, y en donde noté mal a los actores, algo que se me hizo obvio especialmente por ser latinos.
También bordea lo mal actuado (Bahrani usa actores no profesionales y hace lo mejor posible con ellos) "Goodbye Solo" (foto), que cuenta la relación entre un taxista nigeriano que vive en North Carolina y un viejo amargo que quiere contratarlo para llevarlo a la cima de la montaña. El taxista sospecha que los planes de ese hombre son, digamos, "kiarostámicos", y decide tratar de "ayudarlo", metiéndose en su vida con la intención de alegrarlo, quitarle la amargura. Pero esos pequeños fallos de la actuación aquí no molestan tanto: la exhuberancia y simpatía del taxista y la sequedad del anciano los transforman en una buena pareja. Son dos tipos cuyas peripecias uno sigue con cariño y también tensión, más allá de que los clichés parezcan acumularse. Los filmes de Bahrami destilan un realismo y una calidez poco usual en el cine norteamericano, y es muy efectivo a la hora de comunicar las emociones de esas relaciones.
El documental australiano/francés "Todo el oro del mundo" es prolijo y no mucho más (se centra en las consecuencias de la llegada de una empresa a Guinea a buscar oro), mientras que la película de Werner Schroeter "Nuit de chien" no le va a servir para ganar más adeptos de los que tiene hasta ahora. Basada en una novela de Juan Carlos Onetti ("Para esta noche"), es oscura, lúgubre, inexplicable, por momentos ridícula, por otros extravagante y creativa, pero en la decisión por puntos sale perdiendo. No es, como dijeron los que la vieron en Venecia, un "papelón" o una "porquería", pero tampoco saca una buena película de esa oscura y probablemente infilmable novela.
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2 comentarios:
¿Babel? Pero si yo nunca vi Babel. Debe haber sido un doble.
Me gusta, igual, más pensar en "el concepto Babel" que en la película. Por algún motivo, "el concepto Amores perros" o "el concepto Crash" no pegan igual. Vos decís "Babel" y es como un atajo a una manera de hacer y entender el cine.
Saludos a la gente del AFI.
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