30.10.08

Diario de la Viennale (Parte 12)


¿Extravagant failure or moderate success?

Esto que ven acá es la reunión final del jurado FIPRESCI. Y no, yo no soy ninguno de ellos. Al menos, ninguno de los tres seres humanos sentados ahí. ¿Ven la computadora que está sobre la mesa? Si bajan la foto --cosa que no recomiendo, salvo que la borren enseguida, pero pueden simplemente abrirla--, verán que en la laptop está abierto el Skype, y del otro lado estoy yo, viendo, oyendo y participando en el debate desde Buenos Aires. De hecho, en ese exacto momento estaba viendo al fotógrafo hacer su trabajo (yo veía a un tipo de barba en el fondo y no lograba reconocerlo) mientras los demás "hacían que debatían" para la foto que está publicada --tampoco me pregunten para qué-- en el website de la Viennale. Y no, ellos no me veían a mí porque en Buenos Aires eran las 8 a.m. y la imagen mía en esa circunstancia le quitaría toda seriedad al debate.

El motivo de este sistema es que yo estuve en la Viennale los primeros ocho días y ellos los últimos ocho, con lo cual cada uno vio las películas con su propio "schedule" y sólo coincidíamos en algunas proyecciones. Tuvimos un par de reuniones "reales" para ir eliminando las películas que no nos gustaban (muchas no podíamos sacar porque siempre había alguno que no la había visto) y terminamos coordinando este formato que salió muy bien y se extendió por dos horas o más.

¿Cómo resumir, reducir, explicar una reunión de jurado? Y más de FIPRESCI. He estado en otro tipo de jurados y la experiencia es totalmente diferente. Primero, porque se dan varios premios y siempre está la posibilidad de contentar a todos con la famosa "repartija". Y segundo porque, al no haber usualmente más que un crítico (en esos casos, yo), los debates son muy diferentes a los que se dan cuando es un grupete de colegas.

En este caso la situación se volvió más compleja porque éramos cuatro y no aconsejo los números pares para jurados, salvo que uno sea el presidente (je!) y tenga el voto "Cleto Cobos" (para los no argentinos, es el vicepresidente que definió una votación empatada en el Senado votando en contra de la propuesta presidencial). Los sentados ahí son, de izquierda a derecha, el inglés Neil Young (sí, ya sé, chiste viejo, nada que ver, no canta ni toca la guitarra), el austríaco Markus Keuschnigg y el canadiense Norman Wilner. Tres tipos amables, pero tres (cuatro, conmigo) formas muy distintas de entender y ver el cine.

Creo que fue en la segunda reunión cuando Neil dijo, hablando de las películas candidateables, que prefería un "moderate success" (un éxito moderado) a un "extravagant failure" (una extravagancia fallida) y ahí me di cuenta que estábamos en problemas. Para él, "Aquel querido mes de agosto" era lo segundo y no le veía sentido a darle un premio a una película así. Norman fue más discreto, pero tampoco le gustaba el filme portugués.

Markus y yo, en cambio, creíamos que era la indiscutible gran película de la competencia. Yo, obviamente, no considero que el filme de Miguel Gomes sea "fallido", pero si puedo admitir que es un poco "extravagante". El tema es que la afirmación de Young me irritó y me generó un deseo íntimo de premiar a esa película conta viento y marea, aún usando el "voto desempate" de los presidentes, llegado el caso. En general, tiendo a creer que el cine no es algo tan importante como para matarse en una reunión de jurado, ganarse enemigos, pelearse con gente de por vida, por un premio que le importa poco y nada a muy poca gente. Pero, a partir de esa frase, esto se transformó casi en una causa política.

No voy a hacer acá un manifiesto de nada --estuve pensando durante horas a partir de esta dicotomía--, pero soy de los que creen en premiar la ambición, la extravagancia, el hacer cine sin mapas ni cálculos, sin condicionamientos ni mediciones, sin la moderación que representa pensar en que algo funcione, gane premios, reciba el tibio aplauso de lo correcto. El "éxito moderado" es apostar a rojo o negro en la ruleta, arriesgar poco y recibir poco, ir a lo más probable, a lo casi seguro, a tratar de no fallar. No digo que todas las películas tengan que "apostar a un pleno", pero creo que en un cine plagado de gente que calcula tener un "éxito moderado" (y no me refiero sólo al cine industrial, sino también al festivalero) siempre es saludable el riesgo, el ir a ciegas, el probar lo no probado. Aún a costa de fallar estrepitosamente.

Las películas que más me interesaron entre las que vi en Viena (y anteriormente, pero que se vieron también allí), van por ese camino: "Historias extraordinarias", de Mariano Llinás; "Je ne suis pas morte", de Jean-Charles Fitoussi; "La frontera del alba", de Philippe Garrel, "La mujer sin cabeza", de Lucrecia Martel; "Empires of Tin", de Jem Cohen; las películas de Lisandro Alonso, Celina Murga, Albert Serra, Hong Sangsoo, Guy Maddin, Arnaud Desplechin y la de Miguel Gomes, entre otras (también me gustaron películas más convencionales en su forma, pero ese no es el tema ahora). Casi todas ellas se caracterizan por "dividir aguas", por generar adeptos y furibundos críticos, por sacudir, molestar, atrapar, irritar, provocar, sorprender. Y eso es algo que veo poco en el cine de hoy.

Le decía a algún programador del BAFICI, durante el festival, que la selección competitiva me había parecido buena, pero que era demasiado "festivalera". Muchas películas eran sólidas pero respondían casi a formatos previsibles del cine de arte internacional. Y que las dos apuestas que más me habían llamado la atención habían sido "Andalusia" y "Eat, For This is My Body". No digo que hayan sido las mejores películas ni mucho menos (de hecho, podría considerarlas "extravagant failures"), pero sentía que hacían falta más películas así (impredecibles, sin linajes obvios) y menos "hijas de..." (Tsai, Dardenne, etc, etc.)

"Historias extraordinarias" provocó lo que provocó en la Argentina precisamente por eso, por dar un poco de aire a un cine que --más allá de la calidad específica de las películas-- parecía empezar a morderse su propia cola, ir en la búsqueda del "éxito moderado", el reconocimiento tibio, el premio consuelo, la invitación al festival. La de Llinás podía haber sido un desastre, pero es genial. Y aún así tampoco la invitan a tantos festivales: las películas con personalidad propia asustan.

Premiar el filme de Gomes se convirtió en una pequeña obsesión y, aún a sabiendas de que mi voto decidía, tuvimos un largo debate sobre este tipo de cosas, además de detalles específicos de la película, cosas que Markus y yo considerábamos maravillosas y que a los otros dos no les movían un pelo. De lo narrativo a lo estético, de lo personal a lo político, con un largo debate ético/moral sobre una de las líneas narrativas de la película (una relación algo incestuosa entre padre e hija que la película muestra pero que no condena claramente como uno de los jurados sentía que tenía que hacerlo) que nos llevó media hora resolver (bah, nunca lo resolvimos).

Para mí se duplicó el problema porque la otra gran candidata (la de Norman, principalmente, pero también una película que nos había interesado a todos) era "Must Read After My Death", de Morgan Dews, un documental basado en el hallazgo del director de una enorme cantidad de material filmado y grabado por su abuela que él encontró luego de la muerte de ella y que le permitió conocer la historia oscura de sus antepasados. Lo que Dews hizo, de manera notable, fue rearmar ese material y crear una muy intensa y emocional historia sobre su propia familia que es también una pintura sobre los cambios culturales y sociales de los Estados Unidos.

La película me parece muy buena y podría decir que "funciona" mejor que la de Gomes. Creo que todo el mundo saldrá impactado tras verla y nadie criticará su extravagancia o delirio. Como una especie de "Capturing the Friedmans" con algún toque de "Tarnation", el filme de Dews es una mirada tremenda a la historia de una familia. Pero, a la vez, no tiene fisuras, imperfecciones: marcha hacia un destino prefijado, con moraleja y homenaje incluidos, es un poco machachosa (la música, especialmente) y, como pasó en el caso de "Tarnation" te dejan con una gran duda: ¿hay en Dews otra película? ¿O esto es todo lo que hará en su vida?

Resumiendo, el debate se centró en estas dos películas y en todos los temas que derivan de ellas, cada uno aportando a la discusión desde ideas sobre el cine hasta sobre el valor de los premios, pasando por experiencias personales que nos conectaban con cada película (Norman hablaba de la reciente muerte de su abuela, yo de mi paso reciente por Lisboa y de mi fascinación por la cultura portuguesa) y hasta se llegó a pensar en "violar las leyes" de FIPRESCI y premiar a las dos películas "ex-aequo". Pero no se podía, como tampoco se puede dar más Menciones Especiales.

Finalmente, sin consenso alguno y en un muy tenso dos a dos, mi "voto Cobos" decidió la balanza hacia el filme de Gomes, agregando --para calmar los ánimos del sector perdedor-- hacer un reconocimiento específico desde el escenario a la película de Dews, algo en lo que estuvimos todos de acuerdo. Lo raro del debate fue que, finalmente, terminó siendo lo opuesto a lo que suele suceder en los jurados: la película de consenso perdió frente a la que dividía aguas. Y me parece bien que así haya sido. Finalmente, los jurados parecen haberse convertido en una Garantía del Exito Moderado (digamos, por ejemplo, la Palma de Oro a la película de Laurent Cantet en Cannes, película que igualmente me gusta mucho), a costa de un cine extravagante y personal (Desplechin, Garrel y Martel se fueron con las manos semivacías de ese mismo festival).

Para cerrar esta larga parrafada probablemente inutil, me quedo pensando que la palabra más importante en el título de la película de Mariano Llinás no es "Historias" sino "Extraordinarias". No me subo al tren de los que defienden su película porque "cuenta historias" porque "cree en el cine de géneros" o --como leí ayer en "El Amante"--, porque "es la reserva moral del relato (...), la actualización contemporánea de la vieja utopía --y misión-- que la humanidad le confirió al cine". No, no creo que la humanidad le haya otorgado al cine la misión de relatar nada (¿misión?, ¿humanidad?: bajemos un cambio, please), pero sí creo en las películas extraordinarias, fuera de lo común, impredecibles. Así es la de Llinás --que cuenta historias--, así es la de Gomes --que cuenta menos-- y así es también "Liverpool", que casi no cuenta. Películas que nos llevan a terrenos desconocidos, que abren puertas y no las cierran, que dudan y nos hacen dudar, que nos preguntan cosas y también se las preguntan.

Eso. O tal vez no.

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