22.10.08

Diario de la Viennale (Parte 6)


Ví sólo dos películas ayer, ya que preferí abandonar la carrera cinematográfica a media tarde para ir al Museo Albertina a ver la exposición de Van Gogh. Fue una excelente decisión. Probablemente las dos películas siguientes que tenía programadas sean excelentes, pero estoy desde el viernes aquí y casi no hice otra cosa que ver películas. Y Viena es, bueno, cómo decirlo, una linda ciudad...

Igual, las dos películas del día rindieron y no hacía falta arruinarlas con nada más. La primera no es nada del otro mundo, pero tiene una historia y un personaje central tan fascinantes que es casi imposible que no sea entretenida. Se trata de "Man on Wire", de James Marsh, un documental acerca de un francés maniático quien tiene el vicio/talento/locura de hacer equilibrismo en las alturas. En los años '70, tras enterarse de la construcción de las Torres Gemelas en Manhattan, se puso como objetivo poner un cable uniendo una con otra y cruzarlas.


El tipo se hizo famoso con ese delirio y la película cuenta un poco su vida y sus hazañas previas mezclada con la preparación y ejecución clandestina de dicho cruce, que se hizo como si fuera una operación secreta o un robo, pasando la noche escondidos --él y sus compinches-- en el último piso y tendiendo cables por la madrugada tratando de no ser descubiertos por la policía.


Más allá del personaje (que en las entrevistas actuales deja claro que es uno de esos delirantes encantadores de serpientes) y de la historia, es interesante ver a las Twin Towers en los '70 y lo que estos tipos hicieron dentro de ella. Sin siquiera mencionar el atentado o su destrucción, la película parece pintar unos tiempos mucho más inocentes y amables que estos, en los que el delincuente de un día se transformaba en celebridad al otro. Bah, no tan diferentes en verdad...


De la otra película que vi no voy a agregar mucho porque ya tiene más de un año y pico dando vueltas y cualquier lector interesado en el cine de autor que lee este blog ya la debe haber visto. Pero como yo me niego a bajar por internet este tipo de cine, me la debía: se trata de "El romance de Astrea y Celadón", de Eric Rohmer, que venció mi resistencia inicial (el tema me atraía poco y nada) para convertirse en una verdadera delicia cinematográfica que experimenté con gran placer y una sonrisa permanente.

Si alguien quiere saber a qué uno se refiere cuando usa, admirativamente, una expresión como "cine liviano", esta película lo representa en el sentido menos alemán del término: gozosa, llena de vida, de música, de enredos sentimentales que parecen muy dramáticos pero que se resuelven de la manera más luminosa e inocente. Una película juvenil de un tipo que promedia los ochenta.

La visita al Museo me permitió confirmar que un cuadro de Van Gogh es mejor que el 95% del cine que veo todos los días. Y la cena posterior me permitió confirmar otra serie de cosas sobre las que hablaré al final del festival, al volver a casa y poder poner en orden todos mis pensamientos sobre este festival, su gente, esta ciudad, los cineastas y una serie de cosas más, incluyendo un análisis pormenorizado de la discografía de los Kinks, de la obra de Peter Hammill, de los discos de Lou Reed de los 80, de la importancia de los teclados en The Band, de las diferencias entre la Torta Sacher y la que hacen en Persicco, de porqué los ABBA no cantaban en sueco y de cómo hacer para capturar la luz pasando a través de un árbol con una cámara de fotos automática.

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