4.6.09
"Adventureland", de Greg Mottola (Clarín)
Versión ligeramente más larga de la crítica que aparece hoy en "Clarín".
Hay ciertas películas que, más que sumergirnos en una historia particularmente creativa, nos logran transmitir una serie de sensaciones, de remitirnos a un momento de nuestras vidas, de hacernos sentir en un lugar en el que estuvimos o podríamos haber estado. Adventureland es una de esas películas, una especie de viaje que no es tanto temporal como emocional, una vuelta a ese momento en nuestras vidas en el que dejamos de ser adolescentes y --no lo sabíamos entonces, no estamos muy seguros ahora-- empezamos a ser adultos.
El filme de Greg Mottola (Supercool, filme con el que tiene algunos puntos de contacto pero en clave más melancólica) transcurre en 1987 pero no hace de la época un chiste fácil. Sí, en el berreta parque de diversiones en el que trabaja James (Jesse Eisenberg, de Historias de familia) se escucha hasta el cansancio el agotador Rock Me Amadeus, de Falco, y hay una serie de íconos --ropa, objetos, programas de TV-- que remiten a la época. Pero nada está puesto para generar un efecto nostálgico o de irónica distancia. Adventureland transcurre en ese año porque las vivencias de Mottola son de ahí. Y punto.
Esas vivencias hablan de un joven de 22 años que vive en Pittsburgh y que, al terminar la universidad, quiere irse a Europa con su mejor amigo. Pero James descubre que su padre se quedó sin trabajo y que no sólo no puede viajar, sino que necesita encontrar un trabajo de verano para poder pagarse el ingreso a la escuela de graduados en Nueva York. Y ese trabajo es... en Adventureland, manejando "y relatando" un jueguito de carreras de caballos cuyo premio mayor es un panda gigante.
James es un chico serio y responsable, algo tímido y aún virgen, cuya popularidad con sus nuevos colegas se debe, más que nada, a que su amigo le dejó una buena cantidad de cigarrillos de marihuana. Pero de a poco irá conociendo a los personajes que atraviesan esa misma "tierra de nadie" entre la universidad y la vida: el atribulado Joel (Martin Starr), que lee a Gogol y vive en un "trailer park", encarnación de lo que se conocía como "slacker"; el más veterano Connell (Ryan Reynolds), ya casado pero establecido como el "reparador" de juegos del lugar, y galán de casi todas las chicas gracias a su look y sus falsas anécdotas de haber tocado con Lou Reed; y especialmente la bella pero perturbada Em (Kristen "Crepúsculo" Stewart), una colega de juegos de la que James se enamorará perdidamente.
Habrá fiestas, confusiones, triángulos amorosos, decepciones, problemas familiares y situaciones cómicas (en las que se luce Bill Hader como el gerente del lugar). Pero nada será demasiado importante. O todo, en realidad. Como si a Supercool le hubiesen dado una dosis de Rebeldes y confundidos (el filme comparte un aire de familia con cierto cine de Richard Linklater), Adventureland nos introduce en un mundo que todos los que pasamos esa edad (y los que la pasamos cerca de esa época aún más) recordamos desde lo emotivo, lo intenso, lo sensorial: el primer amor, el primer desengaño, el primer trabajo horrible, el momento en que descubrimos que nuestros padres no son todopoderosos y que nuestras armas no nos alcanzan para enfrentarnos a muchas cosas. Un momento que viene y se va, pero que se queda con nosotros. Adventureland capta eso que fuimos; eso que seguimos siendo.
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