Una especie de paraíso sobre la Tierra es el que parece observar María desde el balcón de su casa al levantarse cada mañana. Un verde inmenso, un lago, árboles y el sol entrando tímidamente por los ventanales. Una excelente mañana para correr, salir a andar en bicicleta, ir a la pileta y dejar correr el tiempo, sin lugar adónde ir, sin nada por hacer. Pero la situación no es tan común como parece y el lugar no es, del todo, el paraíso que asemeja ser.
Con los padres de vacaciones, María y otros cinco chicos --todos primos entre sí— se quedan solos por una semana. En realidad, están al cuidado de los “copycops” (como llaman a los guardias de seguridad) y adentro de un muy protegido country. Y María –la mayor de todos, ya adolescente—es un poco quien debe vigilar por la organización del grupo, si bien está Esther, la mucama, que parece más ocupada de la alimentación que de ver qué hacen los chicos en la casa. Y en las otras casas.
Es que, literalmente, los chicos no tienen demasiado para hacer más que mirar televisión, jugar “a la Play ” o ir a la pileta. Algunos van al colegio, pero parecen hacerlo sólo cuando se les da la gana. Y la mayoría descubre que, lo que parece una semana ideal, de a poco va tornándose aburrida, monótona, repetitiva. El paraíso parece estar al alcance de la mano, pero sólo para los espectadores. Ellos prefieren entrar a casas ajenas y vaciar las heladeras, ponerse a manejar un auto a mayor velocidad que la permitida y ponerle un poco de acción a la languidez generalizada.
Lo que va a describir Celina Murga en “Una semana solos” son pequeños momentos, detalles, observará las tensiones internas, las complicadas relaciones, los temores y cambios que atraviesa cada uno de esos chicos. María y su primo se besarán bajo una ducha, y los dos reaccionarán distinto tras esa situación. Facundo no sabe bien qué hacer con las chicas. Y Sofía, la pequeña Sofi, será como la conciencia del filme, la que irá tomando distancia de algunas situaciones complicadas.
Si bien Murga opta por un estilo desdramatizado, de observación, donde la atención está puesta en los cruces de miradas, en los diálogos casuales (perfectamente interpretados por todos los chicos), habrá un potencial conflicto en puerta cuando llegue al country Fernando, el hermano de Esther, un chico de Entre Ríos que está –y al que hacen sentir—fuera de lugar allí.
Sin empujar al espectador a hacer fáciles lecturas sociológicas, Murga presenta este conflicto de clases con gran sutileza (lo mismo se da entre los chicos y los guardias), la misma sutileza con la que describe a sus personajes, niños que pueden ser dulces y angelicales en un momento y tremendamente crueles y agresivos dos minutos después.
Seguramente, “Una semana solos” será comparada con “ La Ciénaga ”. Hay muchos elementos que comparten –las familias cruzadas que conviven y cuyas relaciones cuesta descifrar, los padres con distintas formas de ausencia, ciertas locaciones, la búsqueda sexual de chicos y adolescentes--, pero allá donde la película de Lucrecia Martel va construyendo un intenso drama, Murga prefiere que su película capte ese fluir del tiempo sin imponerse sobre él.
El gran mérito de esta extraordinaria película –además de marcar un decidido avance en el uso del lenguaje cinematográfico para la directora de “Ana y los otros”—es su sensorialidad, la capacidad de poner al espectador en el lugar y en el tiempo de los hechos, llevarlos a alguna zona de su infancia donde andar en bicicleta, tomar Nesquik y mirarse al espejo eran “aventuras” cotidianas, por más que el escenario haya sido diferente para la mayoría. Si hay una “trama” en la película es esa: la de hacer universal una experiencia personal.
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"State of Play", de Kevin Macdonald (US, 2009)
Un político en medio de un escándalo personal y criminal. Un periodista de la vieja escuela que debe investigar el tema y que es, casualmente, su mejor amigo de la universidad. Una joven reportera que trabaja en la edición online de su mismo diario (el ficticio Washington Globe) y que supone a su colega un verdadero dinosaurio. Una conspiración que puede abarcar, bueno, el futuro del mundo entero. Todo eso entra, apretada y forzosamente, en “Los secretos del poder”, el thriller político de Kevin Macdonald (“El último Rey de Escocia”) adaptado de la miniserie homónima de seis horas de la BBC.
Y esa compresión se siente en el filme que lanza temas, complicaciones argumentales, personajes y situaciones en una carrera contra el tiempo justificada por el temido “cierre” de la edición del diario en cuestión. Así, lo que podría ser una notable pieza acerca de las relaciones “carnales” entre medios y políticos, de las diferencias entre la “vieja guardia” del periodismo y la nueva cultura “blogger”, y de las complejas cuestiones éticas entre el trabajo periodístico y el policial se transforma en otro apenas entretenido thriller conspirativo con “sorpresiva” vuelta de tuerca final.
Todo empieza con dos incidentes sin aparente relación entre sí. El asesinato de dos hombres en un callejón, por un lado, y la sospechosa muerte accidental de una mujer en el subte. La mujer en cuestión era la asistente del Congresista Stephen Collins (Ben Affleck, inexpresivo como casi siempre) y, se descubre por su llanto público al dar a conocer dicha muerte, que también era su amante.
El escándalo es tomado rápidamente por la prensa. Los canales de televisión se devoran la historia y lo mismo hace Della (Rachel McAdams), que escribe un blog sobre el Congreso para “The Washington Globe” y enseguida crucifica a Stephen. Pero el viejo sabueso Cal (Russell Crowe, que mejora mucho en tanto se vuelve más… impresentable), uno de esos periodistas que beben whisky a toda hora, gritan canciones irlandesas a voz en cuello y parecen desconocer lo que es una ducha, desconfía del asunto. Es de aquellos que creen todavía en investigar, chequear fuentes e ir al meollo del asunto. El hecho de que sea gran amigo de Stephen y ex amante de su ahora engañada esposa (Robin Wright Penn) no es un detalle menor.
Si en la primera mitad, “Los secretos…” pone atención a la interesante y complicada relación entre el periodismo de investigación clásico (con sus tiempos y formas) y la inmediatez del rumor impactante, de a poco el tema deja de ser relevante y el filme se centra cada vez más en las vueltas de tuerca de una historia que va revelando conspiraciones dentro de conspiraciones que, de hecho, un espectador atento puede adivinar antes que los propios investigadores.
Sí, claro, las muertes estarán relacionadas entre sí y no será casual que el congresista esté investigando a una corporación que lucra con armas y contratos de seguridad en Iraq. Pero antes de llegar al cierre de esta edición todo podrá cambiar. Y volver a cambiar otra vez. Y otra vez más.
Aunque el filme transmite bien –aunque con sus exageraciones-- cierto aire del trabajo periodístico en un diario y refleja la difícil actualidad de los medios gráficos (el diario en que trabajan fue vendido a una corporación que quiere resultados inmediatos), no se detiene en la tarea a la manera de “Zodíaco”, prefiriendo dedicar más tiempos a persecuciones en garages, asesinatos a distancia y súbitos descubrimientos que no estarían mal en una novela de Dan Brown.
Dejando pasar sus obviedades, “Los secretos del poder” es un pasable entretenimiento y, por momentos, una especie de elegía a una serie de tradiciones periodísticas (“esto hay que leerlo con la tinta en las manos”, como dice uno de ellos) que parecen ir dando paso a una nueva cultura. El filme propone, claro, una sana convivencia entre ambas. Y aún cuando la metáfora sea obvia, es innegable que tiene su encanto.
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