5.11.08

Las elecciones norteamericanas, desde el bunker de Obama... en Palermo


Al levantarme esta mañana odié a Barack Obama. No eran todavía las 9 y ya estaba despierto para ir al trabajo, pero tenía un dolor de cabeza, una resaca y una descompostura general históricas. Y todo por culpa de Obama, de las benditas "chicken wings" y de la mezcla rara de alcohol y comidas varias con las que seguí las elecciones norteamericanas hasta las 4 de la mañana en la casa de unos amigos estadounidenses.

Era una oportunidad imperdible: ver las históricas elecciones que podían llevar a la presidencia por primera vez en la historia a un candidato afroamericano (o medio afroamericano, depende a quien le preguntes) en una reunión de "expats" (expatriados), norteamericanos que viven en la Argentina. Y se juntó un grupo grande en la casa de uno de ellos, en pleno Palermo. Llegamos a ser cerca de 30 personas en un living con una terraza adyacente, combatiendo el calor y mirando la CNN (Fox News es como el Diablo, por si todavía no lo sabían), mientras bebíamos vino blanco, rosé, cerveza y se picaba de todo un poco, en mi caso con especial dedicación por esas bombas picantísimas conocidas como "Buffalo Chicken Wings".

El electorado era 100% pro-Obama, y si alguno no lo era, jamás abrió la boca. El grupo no era un grupo de "expats" cualquiera. Eran en su mayoría periodistas, algunos de ellos del ámbito político, corresponsales, ex corresponsales, gente que trabaja o que ha trabajado para grandes cadenas de TV, agencias y diarios muy prestigiosos. Todos con mujeres o maridos, amigos, algún colado de ocasión y yo, que vengo a ser un viejo amigo de uno de ellos. Lo que quiero decir es que era interesante el nivel de debate que había y el detalle de conocimientos que todos tenían, desde probabilidad de cada senador en cada estado, hasta específicos condados de Ohio, Indiana o New Mexico que podían "marcar la diferencia" en la victoria de uno u otro.

Como suele suceder, los resultados importantes tardaron en aparecer y los miedos y las especulaciones crecían y crecían, lo mismo que el nerviosismo y el consumo etílico/gastronómico. Gente con laptops, iphones y otros gadgets haciendo cálculos de electores, la CNN transmitiendo con hologramas y pantallas táctiles como si Lucas y Spielberg hubiesen inventado el futuro unas décadas atrás, y gritos de euforia ante cada estado que era declarado para Obama.

Luego de las 2 a.m., cuando se declaró vencedor (ya se intuía que la tendencia era irreversible) se desató la euforia. Euforia medida, claro. No imaginen bombos ni gente saliendo a la calle ni gritos por las ventanas. Abrazos, algún llanto, algún pequeño grito y no mucho más. De hecho, algunos argentinos los arengábamos para salir a la calle, para ir al Obelisco a festejar al grito de "Olé olé olé olé/Barack, Barack", pero el cantito se fue diluyendo con el correr de los minutos. No hubo forma.

También escucharon respetuosos el discurso medido de derrota de John McCain y se hizo un silencio sepulcral, solo coronado con algunos aplausos, para escuchar el aún más medido discurso de Obama. No es que uno desee que los políticos norteamericanos se expresen con el triunfalismo, el revanchismo y el nivel de excitación de sus pares argentinos, para nada, pero el grado de corrección y frialdad del asunto me pareció un poco excesivo. Y más tratándose de un presidente negro, de quien uno podría esperar algo más de expresividad, de calor. Obama me cae bastante bien, pero tiene un look modelo multirracial de publicidad de ropa masculina --me lo imagino siempre en alguna aviso de Armani en la revista Esquire o GQ-- que me irrita un poco.

Pero tal vez Obama quiso demostrar que era un tipo serio y confiable para el 48% de las personas que no lo votaron y que seguramente en ese momento estarían temiendo por su futuro (la imagen de los vidrios blindados a su alrededor durante el discurso daba un poco de miedo) e hizo su mejor acto de "negro sin onda". Y le salió bien. Consiguió alguna que otra lagrimita con su discurso, pero convengamos que lejos estuvo de emular a Martin Luther King. Verlo llorar a Jesse Jackson entre la gente era más emotivo...

Ese pequeño bastión de estadounidenses demócratas se fue desarmando con el correr de las horas --de hecho, para el discurso de Obama quedaba la mitad de gente-- y no hubo quorum ni daba la hora para salir a la calle, a algún lugar a festejar. A la mañana siguiente, claro, agradecí no haber insistido con esa idea. Sólo pensar, ahora, a un grupete de norteamericanos borrachos festejando en el Obelisco a las 5 de la mañana me da escozor.

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