29.11.08

Diario del Festival de Tallin - Parte 1


Por Eduardo Flores Lescano

Luego de un largo, largo viaje, amanezco en Tallinn, me cuelgo la credencial verde que dice STAFF y bajo a desayunar, digamos, a esperar recibir las indicaciones del día. Me doy cuenta de que el vapor quemante del alquitrán de Avenida de Mayo ha quedado atrás y que la mesa para capturar comida está llena de cosas demasiadas extrañas tales como gelatina de ciervo y pescados y sopas y puaj, a esa hora de la maniana, aunque todavía no se porqué me levanté tan temprano, todo eso es puaj. Ya veremos mañana.

Pero primero lo primero, toda crónica comienza con la descripción del barco, si los mares soplaban, si hubo algun motín, etc. A falta de barco, el avión que me cruza desde el calor de Buenos Aires al hoy modernizado aeropuerto Charles de Gaulle de París (primera escala/FOTO) --recordar que una terminal se cayó entera hace poco-- vuela tranquilo y a mi lado duerme plácidamente un señor grandote, argentino, bonachón, que está de vacaciones y al mismo tiempo acompañando a su mujer, que se va para Italia a trabajar en algo para mí incomprensible: "Broker de Cargas".

Se hace de día, el avión está bajando y aterriza como el culo, golpea fuertemente, da un par de "saltos briosos" (la frase es del vecino de asiento) y nos damos un buen susto, hasta que se acomoda entre la nieve y la llovizna y arribamos. Hasta ahí, todo bien. Luego, avión más chiquito, más piola y espacioso, "Would you like a beer?", "Why not..." y me tomo una lata de Heineken, acepto la generosidad holandesa en este caso materializada en una lata y el vuelo dura 45 minutos.

Amsterdam. Dos grados bajo cero, muchas horas me esperan en ese aeropuerto. Muchas horas sin poder prender un cigarrillo. Casi seis. Salgo a la ciudad, como quien pasea. Como quien prende un cigarrillo. La extrañeza de pisar nieve luego de pedalear por la avenida Rivadavia con 39 de térmica es balsámica, pero el placer se apaga tan rápido como mi primer cigarrillo. Las memorias de mi primer viaje a Amsterdam (año 1999) vuelven y repentinamente me estreso, se me retuerce el estomago. Recuerdo que aquella vez encontré tranquilidad en un McDonalds, para que se imaginen lo mal que la pase, luego de haber rentado una bicicleta en un sótano donde un fornido muchacho en enterito y botas quiso apretarme contra una pared y tuve que salir corriendo, de cómo cuando pasada la bronca decidí hacer el "must do in Amsterdam: take a bike tour".

Bueno, eso hice aquella vez: agarré la bici y me fui a pasear. Todo bien, todo muy lindo, todo muy Linklater, hasta que al querer cruzar una callecita que parecía inofensiva, una horda, una piara de bicicletas a toda velocidad casi me aplasta. Y no eran ingenuos turistas como yo, eran profesionales con cascos y camisetas numeradas que estaban allí por un motivo, y ese motivo era la Carrera Anual de Bicicletas y Rollerblades. Se hace UNA vez al año. UNA vez, y allí estaba yo, hecho Il Postino, esquivando estas balas humanas y recibiendo puteadas de los policías que aparecieron de la nada con sus chalecos amarillos. Decidí sentarme en un parque, apoyar la bicicleta en la puerta del museo Van Gogh con la esperanza de que se la roben --cosa que efectivamente sucedió-- y luego tomármelas lo más rapido posible, aquella vez de vuelta a París.

Esta en la que escribo, luego de caminar el mismo parque y mirar desde lejos la puerta del museo, enfilé en tren para el aeropuerto y cuando llegué y volví a entrar y tuve que pasar nuevamente por Customs y que por poco no me hacen una colonoscopía, pero con onda. Me quedé dando vueltas como Tom Hanks entre negocios de perfumes, comidas, casas de ropa inaccesibles (zapatos Hugo Boss: 550 euros) etc, etc, hasta que la terminal más chiquita con la puerta más subterránea, la C22, del aeropuerto de Amsterdam se abrió para que los que estábamos allí nos subiéramos, como dice un amigo mio, a un "colectivito" que nos dejó en la puerta de un Fokker, avión pequeño y "pa desconfiar", pero que hizo su trabajo mucho mejor que el 777-300 de Air France, y que en dos horas de vuelo me dejó en las manos de un chofer muy amable, que me esperaba con el clasico cartelito en la sala de arribos. Salimos a la nieve, y yo a esa altura me sentia Jack Ryan, porque el auto era otra nave --jamás podre recordar su marca, pero allí estaba, deslizándose entre la nieve como si tuviera esquíes-- que me llevó directamente --llegue a las 11 de la noche del viernes-- a la fiesta de apertura.

Allí la comida, que aunque quedaba poca era muy buena, hacia honor a esa costumbre nórdica, o en este caso báltica, de exponer ahumados de todo tipo, con papas hervidas y saltadas en vodka, todo muy delicado, en un lugar que solía ser una fábrica del régimen soviético (recordar que desde 1944 hasta 1991 Estonia estuvo bajo la ocupacion soviética) y me encontré tomando vino... si, argentino: Finca Las Moras Malbec, por un corto lapso, no vayan a pensar que luego pusieron tango.

Luego me encontré con la directora del Festival, la siempre afable Tiina Lokk, que me presentó a parte del equipo de programación, a su jefa de tránsito de copias, al gerente, a este y al otro, y a un vodka ruso cuyo nombre es extraño: "Finland". Un par de "Provst!"("Salud", en ruso, pero sirve para otros idiomas también) y luego de a poco todo se fue apagando, hasta que tipo una y media de la mañana estaba intentando utilizar la tv de mi habitacion. Tomar nota, en la habitación hay un teclado inalámbrico con mouse incorporado que puede ser usado como teclado de un hermoso televisor flat de no se cuántas pulgadas. Es decir, aquí no se necesitan laptops, uno se tira en la cama con el teclado en la falda y usa el televisor como pantalla. La pucha con Tallinn. Ah, otra cosa, toda la ciudad es wi-fi, gratis.

Mañana, contaré cómo casi me peleo con un bartender, cómo terminé hablando de Ribery y cómo, en una sala para fumadores de dos por dos, me puse a charlar con un ruso que esta acá como corresponsal de no se qué y que me regalo un rublo (una moneda) para que se lo de a Maradona, para que salgamos campeones en Sudáfrica. Porque él sabe que Rusia no va a poder y si ellos no pueden, el único que se lo merece es el Diego.


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