13.11.08

Críticas de cine: "Che, el argentino", de Steven Soderbergh


Aquí abajo, otra vez, va la versión extendida de una crítica bastante más reducida publicada hoy en "Clarín" y que se puede leer aquí.


Los norteamericanos acuñaron un término para definir a los rodajes en lugares públicos, a las apuradas, sin pedir permiso y con muy poco presupuesto: los llamaron "guerrilla filmmaking". Y si bien no puede decirse que, con sus 65 millones de dólares de presupuesto, sus actores famosos y sus locaciones internacionales, "Che" haya sido un "rodaje de guerrilla", hay algo en la factura del filme que remeda ese espíritu. Y nada más apropiado que eso para una película sobre Ernesto Guevara.

Steven Soderbergh, cuya carrera siempre ha oscilado entre trabajos efectivos para la industria y otros, muy independientes, para consumo casi personal, encontró en "Che" --como lo hizo en "Traffic"-- un punto de unión entre ambos mundos. Se trata de una gran producción casera, una película que invierte su tiempo y su ritmo en lo que las demás dejan de lado, que evita las escenas que todo el mundo filmaría y que se siente, casi, como el documental del rodaje de una película sobre el Che Guevara. O sobre la imposibilidad de hacer un filme convencional sobre su figura.

Lo que hizo Soderbergh ante tamaño desafío fue tirar a la basura todos los Grandes Exitos. No hay desembarco del Granma, no hay entrada triunfal en La Habana, no hay póster (casi no hay boina) y hay, apenas y al final, una larga secuencia narrada en forma clásica, que es la de la batalla de Santa Clara en la que, como bien dijo el director de "Erin Brocovich" alguna vez, trató de imitar el estilo de John Sturges. Y sin dudas lo logró.

El resto del filme es un "pequeño anecdotario de una revolución". Soderbergh parece partir de la idea que hacer una revolución es --como tantas otras cosas-- un trabajo, una lucha cotidiana, un esfuerzo de un grupo de gente en torno a un objetivo. Ese objetivo no está descontextualizado ni desideologizado --al contrario, uno podría decir que en ciertos momentos el filme se torna algo didáctico, lo que es justificable ya que no todo el planeta es especialista en la vida y obra de Guevara--, pero el director escenifica situaciones que muchos considerarían innecesarias (rutinas diarias de organización, revisaciones médicas, chistes internos, largas escenas de saludos y camaradería, debates específicos en la ONU, conversaciones banales), pero que permiten que el espectador se coloque en la situación, efecto aumentado por la cámara en mano y la imagen digital. No se trata del Mito, la Epica, la Hazaña: son personas avanzando por la isla, sumando a sus filas campesinos, enfrentando peleas internas, lidiando con enemigos y llegando, finalmente, a una victoria que surge casi como lógica consecuencia de todo lo que la precede.

"El argentino" --tamaño título-- no puede ser completamente analizada sin su película-espejo, "Guerrilla", segunda mitad de un filme que se extiende por más de cuatro horas. Son dos películas diferentes --de estilo, ritmo, formato, tono-- pero que se complementan, cierran una saga. Vista así, es como una película inocente, esperanzadora, la recreación de un triunfo pólitico, épico y físico. Falta la caída, la traición, la tragedia. "Che" se completa como película recién al final.

Y si, como han dicho tantos, la revolución no la hace una sola persona, las dos partes del "Che" son mucho más grupales y generosas de lo que suelen ser este tipo de biografías. Guevara es central aquí (en "Guerrilla" lo es mucho menos), pero como parte de un todo humano y geográfico. Es por eso que Soderbergh evita los primeros planos y la postalita. Y si bien en algún momento lo coloca en algún pedestal ético inalcanzable, siempre lo rebaja a lo humano en situaciones ordinarias.

Para eso, claro, hay que referirse al enorme aporte de Benicio del Toro. Es el tipo de actor ideal para esta idea de película: de tono bajo, mesurado, poco creído de sí mismo y con sentido del humor, dueño de una presencia que se impone sin necesidad de gritos. Del Toro es un Guevara sinuoso, enfermizo (el asma está muy remarcado a lo largo del filme, evidenciando la gran complicación extra que implicaba para el Che), discreto. Es un lider humano y accesible. Está ahí, presente, como la película, dando la impresión de que lo que se ve está sucediendo delante de nuestros ojos.

Se podrían criticar varios aspectos de "El argentino", en especial desde la mirada fina de, bueno, los argentinos. Acentos y actuaciones algo irregulares, una entrevista que Guevara da en 1964 al ir a Nueva York en la que se lo escucha explicitando lo tantas veces explicitado, y algunos detalles más. Pero lo que Soderbergh consigue aquí es algo cercano a una hazaña, algo que muchos considerábamos imposible al menos dentro de los convencionalismos narrativos de un cine de ficción tradicional.

Soderbergh no es, digamos, Terrence Malick o Albert Serra, y nunca pensamos que iba a mostrar al Che caminando y silbando bajito por dos horas mientras la cámara se hunde entre la maleza. Pero dentro de sus posibilidades --culturales, económicas, hasta políticas--, lo que ha hecho aquí (y con "aquí" me refiero a la versión completa de "Che", la otra es aún menos convencional y más "europea" que ésta) es en un punto equiparable a lo que Serra hace con El Quijote o los Reyes Magos: atemperar el drama, quitar la psicología, desinflar el Mito.

En "Che", Ernesto Guevara es, literalmente "el argentino". Un tipo en un país que no es el suyo, que se levanta a la mañana para ir a trabajar por algo en lo que cree y que, por las noches, se va a dormir cansado, fatigado, sin saber si podrá cumplir con su tarea. No sabe tampoco que la historia le deparará un lugar privilegiado. Y eso es lo que demuestra que el Che está aquí en buenas manos, ya que un cineasta no se sienta a escribir ni a filmar la Historia: la Historia es algo que surge --o no-- cuando la película se termina.

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