8.4.10

BAFICI: "Secuestro y muerte", de Rafael Filipelli (Gala de Apertura)


“Secuestro y muerte” es exactamente lo que dice su título. Pero no sólo por lo que narra, sino por cómo lo narra. Más una película de tesis/debate que un drama psicológico convencional, el filme de Rafael Filippelli que abrió el Bafici funciona como una perfecta puesta en escena de un conflicto, despojado de toda metáfora y subrayado. Y es esa sequedad --rigurosidad-- la que lo hace interesante, logrado y, probablemente, comercialmente difícil.

Una de las cosas que más me sorprendió luego de ver la película es la repetida acusación de ser “una película gorila”, algo que en ningún momento sentí. Creo que la película no expresa simpatías porque la puesta en escena no está armada en ese sentido ni las actuaciones (o diálogos) buscan la empatía del espectador. Llegado el caso, por el mayor tiempo que le dedican y los juegos y chanzas que se hacen, uno podría tener más cariño por “los secuestradores” que por “el secuestrado” (nunca se los nombra). Obviamente que “la situación secuestro” como tal determina que el espectador tome cierto partido por “la víctima”, pero más allá de esa natural tendencia, la película no opta. Y no por objetiva, sino por intentar exponer las dos posiciones posibles de un debate.

Es cierto que muchos creen que la “otra posición”, la de Aramburu, es tan descalificable que ya plantearla, que escucharlo justificar los fusilamientos o lo que pasó con el cadáver de Eva Perón, convierte a la película en “gorila”, lo mismo que mostrar una suerte de dignidad militar a la antigua a la hora de enfrentar la muerte. ¿Qué esperaban que hiciera Aramburu? ¿Tirarse al piso, llorar y pedir piedad? Pide un cura y eso es todo.

De hecho, por lo general, los secuestradores tienen respuestas más o menos atendibles a las justificaciones del militar y si bien es cierto que el juicio sumario en representación del pueblo es mostrado de forma un poco absurda es porque, bueno, también lo es. El filme permite que cada uno se exprese, por más que la condena ya estaba firmada de antemano. El general se justifica al considerarse un revolucionario y decir que en toda revolución hay que tomar decisiones drásticas respecto a los contrarrevolucionarios, justificación tan absurda (en el caso de una dictadura, especialmente) como la de un grupo de cuatro Montoneros de arrogarse la representación de “el pueblo”. De hecho, unos y otros dicen actuar “en nombre de la mayoría”.

De cualquier manera, más allá del ángulo político con el que uno vea el filme, “Secuestro y muerte” excede esos debates (que son sólo tres, extensos, pero repartidos a lo largo de la película) para transformarse en un relato de una espera. Gran parte de la narración es la espera de los cuatro secuestradores, sus charlas, sus silencios, sus juegos, sus nervios, sus comidas, etc. Y allí --donde se nota la mano del coguionista Llinás para los diálogos-- la película pasa la mayor parte del tiempo. Pero Filippelli no busca construir tensión entre los miembros del grupo ni generar suspenso para entretener al espectador. El tiempo de espera es eso: espera. Matizado con algún juego (“ingles, seis letras, anteojos”, dice uno, “¿músico de rock?”, pregunta el segundo, “Sí, “Es Lennon”), un debate sobre la mentira que, dicen, es la llegada del hombre a la Luna (“se filmó todo en el desierto de Nevada”), las transmisiones de radio reconstruidas (otro, perdón, toquecito Llinás) que suenan como de la época y las formas de preparar una liebre para la cena: eso es tan central en “Secuestro y muerte” como el hecho político en sí.

Otro reparo que escuché y que no entiendo es el de las actuaciones. Yo las sentí ajustadísimas para lo que la película pide. Son, es cierto, ligeramente maquinales (robóticas, por decirlo de algún modo), pero esa es la manera en la que la película está planteada. Jamás escucharía criticar a los actores de las pelis de Straub o Bresson por ser “robóticos”. La película jamás apuesta al naturalismo (y eso a algunos les genera un rechazo inmediato), pero tampoco se puede decir que las actuaciones sean malas. De hecho, para mí son de lo mejor de la película. Sobrias, secas, con algún atisbo de humor y candidez de parte de uno de los secuestradores, en general funcionan en el registro riguroso y desapasionado que pide el filme. De hecho, uno de los problemas del filme para mí podría ser una “excesiva” humanización de los personajes. Si bien los juegos sirven para entretener al público en esa espera, se los siente más como puestos de afuera que como naturales a esos personajes.
 
Hay claro, una voz en off (de la chica), y si bien es un registro que Llinás no inventó (había algunas cosas ya inventadas antes de su llegada al cine, sepanló), es también cierto que la manera que esa voz por momentos juega con la historia (cruzándose, anticipándose) tiene también esa marca de estilo propias de “Historias extraordinarias”.
"Secuestro y muerte” es mejor película que “Música nocturna”: más arriesgada, más potente, más rigurosa, mejor actuada, más sólida en todos los sentidos. Su temática y su tratamiento pueden hacer que Filippelli no logre repetir el sorpresivo éxito que tuvo aquel filme. Pero no creo que sea lo que le preocupe. Me parece que su apuesta corre aquí por otro lado, por acercarse a un momento clave de la historia de las luchas políticas de los ‘70 y, una vez despojadas de todo sentido y significado añadido, empezar a contarlas desde lo básico y central. La emoción, los buenos, los malos, las marchas, las canciones y la épica ya las conocemos. Filipelli va a un grado más básico y primal de las relaciones políticas: la puesta en escena de ideas, el debate, la contradicción. Es un buen proceso para volver a recorrer desde el principio.

4 comentarios:

Juan Villegas dijo...

Coincido en todo. Creo que el gran logro de la película es en la puesta en escena, que logra generar esa ambigüedad de sentido para que la verdad se revele sin forzarla. Y además lo logra con muy buenas ideas cinematogáficas, elegancia y hasta humor.

Anónimo dijo...

"una vez despojadas de todo sentido"

Ese es el problema, Diego.

Doctor dijo...

¡¿La mano de Llinás para los dialogos?!
¡¡Nunca escribió un dialogo para sus películas, son todas voz en off!!

Anónimo dijo...

"Cuando Godard se muera, habra que abrirle la cabeza para estudiar su cerebro" dijo un dia Filipelli, entre whisky y whisky, mucho antes de saber que iba a encontrarse un dia de espaldas al frances, discutiendo con un ex-alumno las visicitudes de un guion sobre el secuestro de Aramburu. Quine se propone para abrirle la cabeza a Filipelli?