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No hubo, finalmente, demasiadas sorpresas en los Oscar, aunque sí las hubo en la ceremonia. A falta de tensión en un evento en el que, con pocas excepciones, ganaron los candidatos, la atención estuvo puesta en la emisión en sí y en los cambios (no radicales, pero sí llamativos) aportados por los productores del show y, especialmente por su conductor, Hugh Jackman.
Como se preveía, la película de Danny Boyle, Slumdog Millionaire, fue la gran vencedora llevándose ocho premios de los diez a los que estaba nominada, incluyendo mejor película y director (ver Todos los ganadores). A lo largo de las más de tres horas y media que duró el show iba quedando claro que el filme del director de Exterminio iba a quedarse con todo. Y así fue: la contagiosa alegría de los niños protagonistas fue un adecuado cierre para la noche de gloria para esa película.
Pese a obtener sólo dos premios, se puede decir que la otra gran ganadora fue Milk. Porque la Academia finalmente se volcó por Sean Penn como mejor actor, por el premio al mejor guión que ganó Dustin Lance Black y por el tono político y emocional que ambos le imprimieron a sus discursos, centrados en la pelea por la legalización del matrimonio gay.
La victoria de Penn no sorprendió, pero si dejó un gusto amargo, ya que se esperaba una resurrección completa de Rourke. El actor se había transformado en el candidato popular y todos querían verlo subir al escenario. Pero tal vez pecó de quererlo demasiado (estuvo semanas dando vueltas por la TV contando su dura historia), a la inversa de la discreción de Penn. Además, hay que tener cuenta que el universo trash que evoca Rourke, y su densa reputación, pueden llegar a ser demasiado para la Academia.
Penélope Cruz confirmó los pronósticos y se llevó el segundo Oscar actoral consecutivo para España tras la victoria de Javier Bardem el año pasado. También emocionada, pero menos incoherente que otras veces, Kate Winslet recibió el premio a mejor actriz. De hecho, su discurso fue divertido ya que no encontraba a sus padres en el teatro y les pidió que silbaran para ver dónde estaban. Y en el fondo aparecieron, tras un sonoro y poco británico chiflido.
El otro momento emotivo de los premios se dio cuando en el rubro actor de reparto triunfó la actuación de Heath Ledger en Batman: el Caballero de la noche. El premio fue recibido por sus padres y por su hermana, mientras las cámaras enfocaban a decenas de actores con los ojos enrojecidos por el llanto.
Y la otra sorpresa -aunque muchos analistas la habían anticipado- estuvo en el rubro filme extranjero, que ganó el japonés Departures por sobre las más renombradas Waltz with Bashir y Entre los muros.
¿Se viene una nueva era para las ceremonias?
De entrada quedó claro que el evento iba a ser distinto. De hecho, se venía vendiendo eso hace semanas para atraer a la gente. Y los cambios estuvieron allí. No fueron tan fuertes como para hacer a los Oscar irreconocibles: fue más bien un maquillaje para modificar ciertos hábitos.
Tres fueron los cambios principales. El más llamativo -y que lograron mantenerlo en secreto- fue el de la forma de entregar los premios actorales, convocando a cinco ganadores previos de ese mismo rubro y haciendo que cada uno diga algo sobre un nominado. Algunos lo hicieron muy bien (como Whoopi Goldberg, Robert De Niro, Cuba Gooding Jr., entre otros), aunque a otros se los notaba leer sin estar demasiado involucrados en lo que decían. Es una buena idea -a los nominados les encanta, por sus caras de éxtasis-, pero necesita más trabajo.
El otro estuvo en tomar a la ceremonia como celebración del cine del año y no sólo de los filmes nominados. Así se armaron segmentos especiales para comedias (uno muy divertido, dirigido por Judd Apatow) y otro para documentales, además de repasos de filmes de acción, animación y comedias románticas.
Otro cambio tuvo que ver con la organización "narrativa" de la ceremonia, que implicaba ir dando los premios a cada categoría de manera similar a las etapas en las que se arma una película. El sistema tuvo grandes excepciones (de ser completo, los premios a los actores y al director tendrían que darse al principio), pero se trató de un intento de darle un contexto a los llamados premios técnicos.
Pero la modificación fundamental estuvo en el concepto musical (¿más Broadway que Hollywood?) con el que se armó la puesta en escena en el Teatro Kodak. Conducido por un ovacionado Hugh Jackman, que no desentonó a la hora de las bromas pero que brilló especialmente cantando y bailando, la ceremonia combinó un homenaje al género musical dirigido por Baz Luhrmann (otro de sus clásicos popurris de canciones de todas las épocas) que estuvo correcto pero no se salió de la norma clásica, una puesta diferente (tipo mix) de las canciones nominadas y las citadas modificaciones temáticas.
Algo de emoción -pero contenida- motivaron el recuerdo de los fallecidos en el último año y el premio humanitario a Jerry Lewis. Pero a las tres horas y media de ceremonia, pese a los esfuerzos de Hugh, el cansancio y la falta de sorpresas en los premios habían ganado la partida. Todo era de Slumdog Millionaire desde hace semanas.
Como se preveía, la película de Danny Boyle, Slumdog Millionaire, fue la gran vencedora llevándose ocho premios de los diez a los que estaba nominada, incluyendo mejor película y director (ver Todos los ganadores). A lo largo de las más de tres horas y media que duró el show iba quedando claro que el filme del director de Exterminio iba a quedarse con todo. Y así fue: la contagiosa alegría de los niños protagonistas fue un adecuado cierre para la noche de gloria para esa película.
Pese a obtener sólo dos premios, se puede decir que la otra gran ganadora fue Milk. Porque la Academia finalmente se volcó por Sean Penn como mejor actor, por el premio al mejor guión que ganó Dustin Lance Black y por el tono político y emocional que ambos le imprimieron a sus discursos, centrados en la pelea por la legalización del matrimonio gay.
La victoria de Penn no sorprendió, pero si dejó un gusto amargo, ya que se esperaba una resurrección completa de Rourke. El actor se había transformado en el candidato popular y todos querían verlo subir al escenario. Pero tal vez pecó de quererlo demasiado (estuvo semanas dando vueltas por la TV contando su dura historia), a la inversa de la discreción de Penn. Además, hay que tener cuenta que el universo trash que evoca Rourke, y su densa reputación, pueden llegar a ser demasiado para la Academia.
Penélope Cruz confirmó los pronósticos y se llevó el segundo Oscar actoral consecutivo para España tras la victoria de Javier Bardem el año pasado. También emocionada, pero menos incoherente que otras veces, Kate Winslet recibió el premio a mejor actriz. De hecho, su discurso fue divertido ya que no encontraba a sus padres en el teatro y les pidió que silbaran para ver dónde estaban. Y en el fondo aparecieron, tras un sonoro y poco británico chiflido.
El otro momento emotivo de los premios se dio cuando en el rubro actor de reparto triunfó la actuación de Heath Ledger en Batman: el Caballero de la noche. El premio fue recibido por sus padres y por su hermana, mientras las cámaras enfocaban a decenas de actores con los ojos enrojecidos por el llanto.
Y la otra sorpresa -aunque muchos analistas la habían anticipado- estuvo en el rubro filme extranjero, que ganó el japonés Departures por sobre las más renombradas Waltz with Bashir y Entre los muros.
¿Se viene una nueva era para las ceremonias?
De entrada quedó claro que el evento iba a ser distinto. De hecho, se venía vendiendo eso hace semanas para atraer a la gente. Y los cambios estuvieron allí. No fueron tan fuertes como para hacer a los Oscar irreconocibles: fue más bien un maquillaje para modificar ciertos hábitos.
Tres fueron los cambios principales. El más llamativo -y que lograron mantenerlo en secreto- fue el de la forma de entregar los premios actorales, convocando a cinco ganadores previos de ese mismo rubro y haciendo que cada uno diga algo sobre un nominado. Algunos lo hicieron muy bien (como Whoopi Goldberg, Robert De Niro, Cuba Gooding Jr., entre otros), aunque a otros se los notaba leer sin estar demasiado involucrados en lo que decían. Es una buena idea -a los nominados les encanta, por sus caras de éxtasis-, pero necesita más trabajo.
El otro estuvo en tomar a la ceremonia como celebración del cine del año y no sólo de los filmes nominados. Así se armaron segmentos especiales para comedias (uno muy divertido, dirigido por Judd Apatow) y otro para documentales, además de repasos de filmes de acción, animación y comedias románticas.
Otro cambio tuvo que ver con la organización "narrativa" de la ceremonia, que implicaba ir dando los premios a cada categoría de manera similar a las etapas en las que se arma una película. El sistema tuvo grandes excepciones (de ser completo, los premios a los actores y al director tendrían que darse al principio), pero se trató de un intento de darle un contexto a los llamados premios técnicos.
Pero la modificación fundamental estuvo en el concepto musical (¿más Broadway que Hollywood?) con el que se armó la puesta en escena en el Teatro Kodak. Conducido por un ovacionado Hugh Jackman, que no desentonó a la hora de las bromas pero que brilló especialmente cantando y bailando, la ceremonia combinó un homenaje al género musical dirigido por Baz Luhrmann (otro de sus clásicos popurris de canciones de todas las épocas) que estuvo correcto pero no se salió de la norma clásica, una puesta diferente (tipo mix) de las canciones nominadas y las citadas modificaciones temáticas.
Algo de emoción -pero contenida- motivaron el recuerdo de los fallecidos en el último año y el premio humanitario a Jerry Lewis. Pero a las tres horas y media de ceremonia, pese a los esfuerzos de Hugh, el cansancio y la falta de sorpresas en los premios habían ganado la partida. Todo era de Slumdog Millionaire desde hace semanas.
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