Eso, nada más.
¿Qué? ¿Uno no puede emocionarse acaso?
Había que vernos --a mí y a colegas que nos babeamos por un plano de media hora de Raya Martin o una siesta en tiempo real filmada por Albert Serra-- transpirar la camiseta por un lugar en la Lumiere para ver la película de "Indiana Jones". Nos reconocíamos desde lejos y nos saludábamos con la mano como para comprobar que sí, que estábamos todos ahí y que era lo mejor que nos podía estar pasando.
Como trato de no pisarme aquí con lo que escribo en el diario (eso llegará recién mañana, los tiempos de la gráfica), sólo me da para transmitir una sensación que me siguió desde el mediodía hasta casi las 5 de la tarde, la de volver a sentirme otra vez con trece años, emocionadísimo ante cada escena, alegre, dichoso, incapaz de disfrazarme de crítico de cine. Por suerte, la película en sí no me hizo entrar en conflicto con mis emociones y me mantuvo en ese estado por dos horas.
Después, sí, salió un poco el fan y por primera vez desde que estoy acá, saqué la camarita de video que me prestó Eric (grossa la cámara, gracias) y los grabé a Steven, Harrison y los muchachos. Ahora no me da el tiempo para subirlo, pero mañana --promise-- lo pondré aquí. Para qué, no lo sé, tal vez sólo para recordarme que fue cierto y que estuvo bien. Muy bien.
2 comentarios:
Yo debo confesar que en mi infancia quería ser arqueoóloga tras ver Indiana Jones ...pero, damn it, termine siento productora..eo si no tuvo nada que ver.
Saludos, Lerer
¡Wow! Te envidio, la verdad.
Mi nombre es Matías. Estamos conectados vía Facebook.
¡Aguante el estilo urgente de crónica festivalera!
M.
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