En la larga cadena de transformaciones del material original, "Let Me In", la remake hollywoodense dirigida por Matt Reeves (basada en la película sueca "Let the Right One In", de Tomas Alfredson, a su vez basada en una novela que, para seguir con la secuencia, toma su título y hasta cierta parte de su poética de una canción de Morrissey), tenía todo para perder.
Convertirla en un filme de terror convencional para hacer millones de dólares con quienes jamás irían a ver un filme "subtitulado" era una opción temible, pero por suerte la evitó de plano. Y hacer un filme demasiado fiel al original provocaría una respuesta del tipo: ¿y qué sentido tiene hacerla? De los dos caminos se puede decir que Matt Reeves tomó claramente el segundo, si bien por momentos cede a la tentación del mercado y entrega escenas con efectos especiales notorios que, por la naturaleza de la historia, se sienten completamente fuera de lugar.
Pero el resto es curiosamente similar. Pueblo chico, clase baja, principios de los '80, mismos personajes, situaciones y salvo algunos detalles (personajes que no están, cambios de montaje), es casi una copia perfecta. Claro que, siendo los Estados Unidos, es inevitable el ingreso de la cultura pop (canciones de Bowie, remeras de Culture Club y así) y el cambio de paradigma social: en vez de ser una mirada crítica a cierto socialismo tradicional sueco, lo es al dogmatismo religioso reaganiano (prestar atención al discurso suyo que se escucha de fondo en una TV del hospital, hablando del Bien, el Mal, etc, etc).
Debo admitir que durante buena parte de la película, que dura casi dos horas, el asunto no me terminaba de convencer. Me parecía respetuoso, serio, prolijo, pero copiado con más fidelidad que inventiva, que le faltaba la emoción y la sensibilidad de la original, perdida en pos de lograr un "copycat" perfecto. Pero cuando la relación entre "los chicos" se empieza a intensificar, en la segunda mitad del filme, y gracias también al trabajo de estos dos actores con enorme futuro como son Kodi Smit-McPhee (el chico de "The Road") y Chloë Grace Moretz (la chica de "Kick-Ass" en un notable cambio de registro), la película cobra una densidad emocional similar a la original.
Leía recién la crítica de A. O. Scott en The New York Times y me parece acertadísima su comparación con "E.T", algo que sale a la luz en esta película y no tanto en la original. Y es claro que Reeves lo tuvo en cuenta. No sólo porque Kodi se parece a Henry Thomas, hay mil elementos narrativos (la relación entre un chico de familia disfuncional y un amigo misterioso que esconde y que lo protege, la persecusión policial, las edades y transcurre en Nuevo México, aunque nevado) y hasta de puesta en escena (padre que no aparece nunca, madre a la que se ve cortada, fueras de campo permanentes, hasta la evolución de la música y el tempo, ochentoso, que también tenía la peli de Spielberg).
Reeves peca de excesivas referencias pop, un clásico "enganchapúblicos" del cine de Hollywood: una canción de David Bowie por ahí, una remera de Culture Club, unos caramelos, jugar al Pac-man, lo de cubo mágico (eso ya estaba), pero en general no molesta demasiado. Resulta difícil, igualmente, que la película deje el mismo impacto emocional que la original porque, por más obvio que sea decirlo, uno ya la vio y la sorpresa nunca estará ahí. O al menos no cuando se la tiene todavía tan fresca en la memoria. Pero hay que agradecerle a Reeves el casi suicida intento de hacer una remake tan fiel. Da la impresión, por momentos, que la hizo como fanático: para que no venga otro y la arruine...
Yendo para atrás, el día había empezado con "Benda Bilili!", un documental que me perdí en Cannes y que tiene algo muy a favor y algo bastante en contra. A favor está, por un lado, la increíble música y los personajes que integran esta banda del Congo que tiene a varios integrantes en sillas de rueda y con polio. Y, por otro, que jamás se los muestra desde la condescendencia o de la "historia inspiracional", dejando en claro la mano de un equipo francés en la tarea (la versión hollywoodense preferiría ni pensarla). El problema del filme es que no es bueno, en el sentido cinematográfico del término: está mal narrado, tiene huecos tapados "con alambres" y es, casi, más un extra de un DVD que una película propiamente dicha.
Al término de la proyección los directores dijeron que no se metieron en el tema con la idea de hacer una película sino la de grabar un disco y que no sabían nada de cine antes de empezar. Lamentablemente, se nota. "Benda Bilili!" es un rompecabezas pegoteado en el montaje que logra muy buenos momentos generalmente ligados a actitudes, comportamientos o el propio talento musical de los integrantes de la banda, pero no por el lado narrativo y mucho menos estético. Pero sí, de vuelta, se agradece la falta de miserabilismo: lo mejor que tiene la película aparte de la música.
¿Recomendación? La peli la pueden ver o no, no importa. Pero consigan el álbum de la banda, es impresionante.
Siguiendo para atrás tengo que irme del jueves y volver al miércoles. La tercera película en orden "flashback" no merece más que una línea de comentario. Se llama "Africa United" y es una especie de proyecto sociocultural que tiene más que ver con un trabajo de la UNESCO que con un filme. Pero intenta ser una película y cada uno de esos intentos -salvo la primera escena, que muestra al protagonista hacer una pelota de fútbol con un preservativo inflado- es de temer. Lo bueno, irónicamente, de que haya sido tan mala, es que como se exhibió en la playa de un hotel de lujo aquí en Doha, con un cóctel en paralelo, promediando el filme todos comíamos y bebíamos mirando la película de reojo y tratando de no descomponernos. Y no por la comida...
El asunto sigue para atrás y ahí aparece "Incendies", la película de Denis Villeneuve, franco-canadiense, que viene muy bien ubicada en la carrera para el Oscar a mejor filme extranjero de este año. Y son comprensibles las expectativas: película emocional, de una familia que a partir de la muerte de su madre, investiga su pasado para descubrir sorpresas (demasiadas, excesivas) que los impactan como familia y que dejan a las claras ciertas injusticias sociales y culturales de la vida en el Medio Oriente en las últimas décadas, la película --más allá de una narración episódica innecesariamente rebuscada, como este post-- tiene esos elementos que le funcionaron muy bien a Campanella el año pasado: misterio, suspenso, emoción, dimensión humana y política, con una narración que va y viene en el tiempo. Yo, en estas categorías, prefiero "El secreto de sus ojos". Esta película, si bien no exagera y es discreta, me pareció demasiado calculada y efectista. No es mi "cup of tea", como dirían en inglés, pero tampoco molesta en un terreno Iñárritu (aunque pasa cerca). Entre las nominadas seguro que está.
Y la primera película que vi, para llegar cual Christopher Nolan al principio del asunto, fue "Stone", de John Curran, una muy extraña película con Robert De Niro, Edward Norton y Milla Jovovich encarnando a un oficial de libertad condicional, un preso y la mujer de éste, en un triángulo que incluye juegos de poder, sexo, religión, escenas de lucimiento actoral y una puesta en escena deliberadamente extraña que permite suponer que la película no tomará los caminos previsibles. Y no, no los toma.
Lo raro es que lo que pasa a explorar de manera cada vez más fuerte -el tema de la religión, de cómo afecta o no a cada uno de los personajes- seguramente es más interesante y novedoso que saber qué pasará si De Niro libera al preso y la posible venganza que podría suscitar esa liberación. Pero ese eje, si bien interesa desde lo temático, nunca encuentra un dispositivo cinematográfico que lo contenga e incluya. Al final, uno desea un film noir con hombres enfrentados por una femme fatale que tantas idas y vueltas con los cristianos renacidos y otras yerbas.
Hoy entrevisté al director (el mismo de "The Painted Veil" y "We Don't Live Here Anymore") y es clarísimo que ese es el tema que le interesa y que por eso hizo el filme (y tiene cosas muy duras para decir sobre el regreso del fundamentalismo religioso a los Estados Unidos, tanto que prefiere casi considerarse australiano, país donde vivió alrededor de 20 de sus 50 años), pero nuestra charla seguramente hubiese sido infilmable. Y algo así pasa con la película, especialmente teniendo un trío de actores cuya intensidad promete una guerra de nervios permanente. Tal vez habría sido una película excesiva, claro (especialmente de parte de Norton, De Niro está en plan furia contenida), pero más rendidora que la que terminó siendo.
El festival tiene muchas otras películas que no comento porque ya las he visto y comentado en anteriores ocasiones. Las hay muy buenas ("Certified Copy", de Abbas Kiarostami; "Machete", de Robert Rodriguez; "Meek's Cutoff", de Kelly Reichardt; "Of Gods and Men", de Xavier Beauvois), las hay no tan buenas ("Outside the Law", de Rachid Bouchareb; "Potiche", de Francois Ozon; "On the Path", de Jasmila Zbanic ) y directamente malas ("Miral", de Julian Schnabel), en un festival cuyo principal interés, igualmente, pasa por otro lado, por uno -si se quiere- geopolítico, pero que será tema de otra próxima entrada. Aquí ya hay más que suficiente...
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