No había forma de empeorar la experiencia del primer día en Bogotá, pero realmente el segundo me tomó por sorpresa. De hecho, fue mejor de lo que esperaba antes de partir de Buenos Aires.
Para ser sincero, no sabía muy bien con qué me iba a encontrar al venir aquí y la llegada, como escribí ayer, no fue particularmente alentadora, haciéndome temer lo peor para el resto de la estadía. Pero el primer día del taller de crítica fue muy bueno. En un bonito salón de la universidad, con un “cañón” para proyectar los DVD, con más de 20 personas presentes (casi todas las que pasaron una preselección presentando críticas escritas), la clase –creo yo-- salió bastante bien.
Obviamente que no soy yo el más indicado para decir si los conceptos vertidos o lo que propuse a la hora de hablar de las formas de la crítica de cine son de lo más originales o si fueron particularmente atrayentes. Pero la gente parecía interesada en la propuesta, y siguió los planteos con una serie de preguntas y respuestas y hasta debate entre los “alumnos”.
Si hay un eje que estoy llevando adelante en este Taller –la primera fue la única de las charlas teóricas para dar un marco al asunto, de ahí en adelante consiste en trabajos prácticos- es el de hacer un panorama de las nuevas formas de la crítica, de la aparición con fuerza de Internet y de las redes sociales y, paralelamente (dos cosas que van de la mano), hacer una suerte de defensa de la subjetividad más rabiosa, proponiéndoles trabajos ensayísticos y acercamientos a la crítica, digamos, desde la experiencia personal.
La idea es la de buscar esa voz propia mediante la escritura y luego poder ir trabajándola en combinación con textos teóricos y con las elecciones cinéfilas que cada “tallerista” tome como válidas, alejándose de todo canon clásico y, en lo posible, conformando el propio o tomando de los diversos cánones alternativos posibles. En general, la gente parece interesada en este tipo de acercamiento, aunque es inevitable la discusión sobre la objetividad en la crítica, sobre las “obras maestras” que lo son por sentencia de la historia, etc, etc. Es difícil proponer un relativismo crítico a gran escala, pero siempre creo que es bueno plantearlo como punto de partida. Un grado cero, digamos, del trabajo crítico. Algo así como: “Todas las películas nacen iguales y tienen los mismos derechos”.
Después de la charla fuimos a almorzar al barrio histórico, La Candelaria, a un muy buen restaurante cubano llamado Moros & Cristianos. Más allá de un hombre de presencia temeraria que con su guitarra nos torturaba con un repertorio poco feliz (desde Silvio Rodríguez y Pablo Milanés, ambos previsibles, a Fito Páez y ¡Ricardo Arjona!), fue una muy buena elección que terminó, sí, con mi estómago hecho pedazos por la mezcla de arroz, cerdo, frijoles, yuca y otros productos apocalípticos.
Más que la comida, lo interesante fue adentrarse un poco en la realidad del cine colombiano, en la situación actual, en cómo ven el futuro y hasta qué punto están pasando, como cinematografía, algo similar a los que nos pasó a los argentinos hace casi una década: una Ley de cine que genera proyectos, festivales de cine que aparecen por todos lados, una nueva generación de realizadores con premios en el exterior que discuten con los anteriores en términos de lenguaje y estética (Oscar Ruiz Navia y Ciro Guerra son dos de los representantes principales). Todo esto, claro, con una dosis de sensatez, sabiendo que son momentos, etapas, que el camino está lleno de problemas, que sigue costando muchísimo filmar y las variables que parecen repetirse en casi todos los países de este continente.
Tras el almuerzo era inevitable volver al hotel, descansar, escribir el apocalíptico resumen de la primera jornada y tomarme unas horas para descansar. La cena fue un más sano y amable róbalo en el restaurante del hotel para terminar en un bar de La Macarena, un barrio bastante “chévere” (oops), que queda relativamente cerca del hotel, donde sirven unos muy buenos Dry Martinis, aunque la mezcla musical del DJ no resistió el menor análisis. Subjetivo, claro…
Próximo capítulo: Día Tres que arranca mal, con complicaciones organizativas, pero que luego levanta hasta terminar en un “trucholandia” inmenso y yo con 22 películas bajo el brazo.
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