22.10.09

"Boogie, el aceitoso", de Gustavo Cova (Clarín, versión extendida)


Boogie no es un personaje convencional del cine animado nacional para toda la familia. Se trata de un asesino a sueldo, sin nada parecido a sentimientos (“todo lo humano me es ajeno” es su frase de cabecera), que no sólo mata a sangre fría por dinero sino que lo ha hecho como militar para los Estados Unidos invadiendo países y aniquilando poblaciones enteras. Además, es un tipo sin muchas virtudes ni zonas amables en su vida personal: es bebedor, misógino (“las mujeres, en la cocina o en la cama”), racista, golpeador, agresivo y rudimentario en todos sus modales.

Al menos en la Argentina –la película se proyectó también en festivales internacionales--, casi todo el mundo debe saber de que se trata de un personaje paródico, de historietas, creado por el genial Roberto Fontanarrosa. Boogie es un virtual catálogo de maldades con quien no se nos pide identificación, sino más bien una mirada irónica, donde sus barbaridades nos causen gracia y no den para aplaudirlas. Si bien esa es una zona de riesgo que tiene el personaje –y con él la película--, Gustavo Cova logra llevarlo a extremos tales de caricaturesca crueldad que es imposible tomárselo en serio.

Ese es uno de los varios méritos que tiene “Boogie, el aceitoso”, un policial negro animado, apto para un público adulto y adolescente, a quien no se le aplicó ningún proceso de “infantilización” a la hora de llevarlo de la historieta al cine. Más bien la opción fue la opuesta: exacerbar aún más su agresividad para hacerla absurda.

En el filme, Boogie va a ser contratado para matar a un testigo clave que hará caer a un gánsgster, testigo que está escondido y celosamente protegido. Pero los mafiosos que responden a “el capo” deciden a último momento contratar a otro hombre –supuestamente más joven y eficaz, Boogie se está volviendo antiguo y obsoleto—porque “el aceitoso” les parece que cobra caro. Pero Boogie, molesto, cumple igual con su tarea y luego intentará pedir con “el testigo” un rescate.

El testigo es una mujer, claro, con la que ya Boogie tenía una historia de maltratos. Pero como el hombre es irresistible para las mujeres pese a su virulencia y machismo, ella tratará de que, en lugar de entregarla, la rescate. Pero el tipo es un duro y no es fácil de convencer, aún cuando para protegerla (o para proteger el dinero que ella le puede proporcionar) deba enfrentar a mafiosos y policías a la vez.

Con esos códigos de cine negro que la colocan en la senda de “La ciudad del pecado”, Cova construye un universo estético que le debe mucho a la historieta de Fontanarrosa. Seca, brutal, pero con momentos cómicos, “Boogie” parece hecha para el público que goza con una estética a la que podemos llamar “tarantinesca”, donde mafiosos y asesinos parecen disfrutar y bromear mientras aniquilan a medio mundo sin piedad.

La película casi nunca da respiros en cuanto a su ritmo, y en ese sentido se puede decir que –más allá de su propulsión a corte rápido y música omnipresente—resulta una enorme mejoría en relación a otros filmes de animación local. Lo mismo puede decirse en cuánto a su estética. Si bien está lejos de llegar a la altura de las producciones hollywoodenses, se trata de un trabajo bastante cuidado en sus detalles y su universo de referencias está muy apoyado en clásicos del cine, desde el policial tipo “Harry, el sucio” a películas de guerra como “Apocalypse Now”, pasando por westerns a lo Sergio Leone.

Otro punto alto es el trabajo de voces. Pablo Echarri y Nancy Dupláa encarnan a Boogie y Marcia (la testigo) y lo hacen en un castellano neutro, “exportable”. Y salen más que bien del paso, sin las habituales dificultades que tienen los actores argentinos para el trabajo de voces de animación en general y del “castellano neutro” en particular. Dupláa, además de bien, está irreconocible con su tono y acento.

El punto más complicado que tuvieron que resolver es el del 3D. “Boogie” no fue hecha de esa manera, sino que se “reconvirtió” al 3D en medio de su proceso de producción. En realidad, más que un 3D es un sistema llamado “2D estereoscópico” que se ve, al ojo humano, de manera similar al de los libros troquelados, con figuras en distintos niveles espaciales dentro del plano, pero como si fueran recortados y bidimensionales. Al principio cuesta acostumbrarse al formato, pero luego queda en claro que resulta una solución bastante apropiada y que remeda más aún al mundo del papel y la historieta en el que nació el personaje. Y esa distancia también sirve para trabajar con un personaje tan, digamos, impresentable. Y poder tenerlo cerca, pero tampoco tanto...


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