“Afirman los impíos que el disparate es normal en la Biblioteca y que lo razonable (y aun la humilde y pura coherencia) es una casi milagrosa excepción.” -Jorge Luis Borges
Quentin Tarantino se planteó un desafío más que complicado al imaginar “Bastardos sin gloria”: contar una historia de ficción que transcurre en un evento real, demasiado real, como la segunda guerra mundial, y hacerlo sin renunciar por un segundo a su universo de cinéfilo obsesivo. Así, el más crudo evento del siglo XX –uno que no permite imaginar demasiadas ficciones aleccionadoras-- es tratado por el director de “Perros de la calle” como un hecho modificable y maleable tanto a sus impulsos como realizador, como a sus referencias e inspiraciones. Y esta operación --en apariencia, imposible-- resulta en sus manos un objeto más que interesante, un trabajo sobre las idas y vueltas en la relación entre lo que podríamos llamar “el cine” y “la vida real”.
Vayamos a los hechos. El filme se divide en cinco capítulos, de los cuales dos se ocupan de una parte de la historia, otros dos toman otra subtrama, y en la quinta ambas convergen. Por más que la publicidad prometa “una de guerra con Brad Pitt”, muy poco de eso hay aquí. De hecho, los “bastardos” del título son personajes casi secundarios, aunque los que provocan mayores controversias: son un grupo pequeño de soldados estadounidenses de ascendencia judía (la mayoría) que se dedica a vengarse de los nazis de manera cruenta: destrozándoles el craneo a batazos de béisbol y/o cortándoles la cabellera a cuchillazos como si fuera un western.
Y algo de western hay en el filme, cuya primera escena parece sacada de un clásico de Sergio Leone (con música de Ennio Morricone, claro) y que se centra en la otra subtrama de la historia: la “relación” entre un cazador de judíos, el Teniente Landa, y Shoshanna, una chica que sobrevive a la matanza de su familia que él emprende en esa primera y tensa escena, la mejor de la película, que se extiende por casi 20 minutos.
Como en todos sus filmes, Tarantino propone una estructura de agobiante acumulación de tensiones y expeditivos desenlaces. Y, como en todos sus filmes, aquí también crea “personajes temibles” (como Marsellus en “Tiempos violentos” o Bill en “Kill Bill”), de esos que asustan a todos al sólo nombrarlos. Aquí son, por el lado nazi, el perspicaz, irónico y temible Landa. Y, por el otro, los virulentos “bastardos”.
Pero en el medio está Shoshanna, el alma de la película, la que hace confundir al espectador hasta qué punto lo que estamos viendo es un juego de referencias cinéfilas o algo más complicado. Luego de sobrevivir a la masacre de Landa, Shoshanna se cambia el nombre y la reencontramos como la dueña de un cine de arte en París al que suele concurrir el Soldado Zoller (Daniel Brühl), un héroe nazi sobre el que Goebbels ha mandado a hacer una película. Y Zoller quiere que el estreno de ese filme sobre sus “hazañas” sea en el cine de Shoshanna. Estreno al que irán todos los jefes del Tercer Reich, Hitler incluído.
Así que, por un lado Shoshanna, y por otro “los bastardos”, tramarán usar ese estreno para acabar con los nazis. El plan de la chica no puede ser más cinéfilo: encerrarlos a todos en un cine y, literalmente, incendiarlo prendiendo fuego al celuloide. Los “bastardos”, digamos, tienen un plan un poco más elaborado que incluye dobles espías (Diane Kruger), acentos extraños y algunas cosas que mejor no adelantar.
“Bastardos sin gloria” se mueve sin prisas hacia ese choque, con Tarantino relamiéndose en las posibilidades y tensiones implícitas en cada encuentro (Shoshanna con Goebbels y con Landa; los “bastardos” haciéndose pasar por nazis frente a un oficial de las SS, y así) y situación. Y evidenciando –con directas referencias-- su conocimiento del cine bélico, del cine alemán de entreguerras y hasta del francés. De hecho, un militar inglés es crítico de cine.
Lo más controvertido del filme está, obviamente, en las grandes licencias históricas que Tarantino se toma para la película y en la discutida idea de la revancha “ojo por ojo” contra los nazis. Pero lo cierto es que el director no intenta nunca reemplazar la historia ni armar ficciones tranquilizadoras de conciencias. Al contrario, un poco como Paul Verhoeven en “Black Book”, Tarantino provoca al espectador, lo lleva a plantearse cuestiones morales y no le entrega respuestas sencillas.
La suya es, de alguna manera, una demostración de una fe y de una pasión irrefrenables por el cine y por sus hipotéticas posibilidades de abarcar al mundo como un todo. Alejado tanto del realismo como de la fábula poética, Tarantino crea en “Bastardos sin gloria” un universo en el que el cine es un lugar que contiene al mundo, una verdadera Biblioteca de Babel. “Quizá me engañen la vejez y el temor –escribía Borges--, pero sospecho que la especie humana --la única-- está por extinguirse y que la Biblioteca perdurará: iluminada, solitaria, infinita, perfectamente inmóvil, armada de volúmenes preciosos, inútil, incorruptible, secreta. (…) Mi soledad se alegra con esa elegante esperanza.”
2 comentarios:
Recién salido del cine. Estoy fascinado.
Quizás, cuando la película lleve un poco más de tiempo, podrás realizar una entrada en la que hablemos más a fondo de la película. Sobre si es un clásico o no, sobre por qué sí o por qué no, sobre este increíble director y sobre su, creo yo -y quizás el mismo lo crea así-, obra maestra.
Y eso no es poco.
Hola Diego...Pasate por mi espacio a echar un vistazo si tenés tiempo.
Saludos!
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