6.8.10

Entrevista a Marco Bellocchio (versión completa)



¿Por qué se interesó en esta historia de la mujer oculta de Mussolini? ¿Qué le parecía que revelaba del Duce y de su época?

No lo pensé demasiado, para mí fue un descubrimiento. Conozco bastante bien la historia del fascismo, siempre me interesó aunque no viví en esa época... cosas que me contaron, he leído muchísimos libros. Pero no conocía nada sobre ella. Un personaje menor. Los libros de historia la mencionan en una línea o nada directamente. Y cuando la descubrí sentí que se parecía a una tragedia griega. Pensé en Antígona y Medea. Y de ahí nació mi interés. Porque, más allá de cualquier cálculo, de cualquier razonamiento, veía la posibilidad de una película. Y entonces me puse a trabajar en eso. Me fascinaba esa mujer, esa rebelde, aunque esa rebelión después la llevara a la autodestrucción. Esa dimensión de una mujer que se rebelaba, que no aceptaba someterse, que no aceptaba el compromiso. Estaba dispuesta a todo, incluso a morir, pero no a doblegarse frente al hombre violento, al dictador, alguien que la gran mayoría de los italianos adoraban. Y esa actitud de rebelión sin concesiones me fascinó.

¿Es cierto entonces que muy poca gente conocía esta historia hasta un documental, primero, y Vincere, después?

Sí, generalmente, de Mussolini se conocía la mujer y la amante. Rachele Guidi y la amante Clara Petacci que después murió junto con él. Sus otras numerosas amantes se conocían muy poco, incluso la Scarfatti (Margarita). Pero Ida Dalser no se conocía. Se sabía que Mussolini había sido un Don Juan, un gran amador que había tenido innumerables aventuras, pero no se sabía nada de esa pequeña historia de la que había nacido un hijo de una mujer por cuya dimensión rebelde hizo que, en definitiva, fuera llevada a un manicomio porque molestaba. Eso no se sabía.

¿Cuánto de documentación y cuánto de ficción hay en el guión y en la historia de ella y de su hijo?

Digamos esto. Todos los hechos contados en la película son verdaderos en el sentido de que se pueden encontrar en la biografía y en lo que se sabe de la historia de Ida Dalser, del rapto del hijo, de su arresto, de ese encuentro en el hospital militar entre esposa y amante. Es evidente que después, cuando se cuenta una historia, se hacen toda una serie de condensaciones, se elaboran las escenas. Pero los puntos de partida de cada escena son todos ciertos. No hay nada inventado y todo es inventado.

¿Siente que esa historia de ocultamientos, engaños y traiciones continúa muy presente en la cultura política italiana actual?

En la actualidad sí, pero de otro modo. Antes de Mussolini los políticos eran personas grises, en las sombras. Nadie sabía cómo eran. Es indudable que Mussolini inauguró esta política de conquista de las masas a través de su imagen. Tenía a su disposición el cine, la radio, la fotografía, los medios de comunicación masiva. Pero lo que se refiere al aspecto de la privacidad –más allá de que Mussolini era un dictador y por lo tanto había una policía que controlaba e impedía cualquier filtración de noticias–, incluso después de la guerra, en la Italia democristiana, hasta un determinado momento la vida privada de los políticos siempre se mantuvo escondida. Los medios tenían como un compromiso, una regla, de no hablar de eso. Sólo recientemente la vida privada de los políticos ha pasado a ser objeto de escándalo. Y entonces está el político al que sorprenden esnifando cocaína con un transexual, y está el otro al que encuentran con una prostituta, y está Berlusconi criticado porque tuvo tantas relaciones. Las escorts, sobre todo los temas sexuales atraen mucha atención. Y creo que también son usados como chantajes. Hoy la televisión y los diarios tienen ese poder de informar. Naturalmente, también en esto puede haber abusos. Pero repito, la crónica rosa era algo que se pasaba por alto. El político en privado podía hacer lo que quería, después se lo criticaba por lo público. Ahora no. También en lo privado se lo juzga.

¿Cuáles cree que fueron los principales motivos por los que Mussolini pasó del socialismo al fascismo y encuentra alguna conexión entre esas dos ideologías políticas en apariencia antagónicas?

Mire, eso ya fue hace casi un siglo. Ese pasaje fue más bien complejo. Seguramente no fue un pasaje oportunista. Más adelante, en los años siguientes, Mussolini se transformó en un gran oportunista, entendió que tenía que aliarse con la iglesia católica si quería llegar al poder. Pero en ese momento no olvidemos que muchos socialistas revolucionarios y radicales eligieron el intervencionismo. Primero en Francia, y después en Italia. Está claro que Mussolini, con mucha inteligencia, mientras muchos de estos intervencionistas después pasaron a ser comunistas y socialistas, él se hizo nacionalista y después fascista y en ese punto en que comprendió que podía conquistar el poder, se alió también con los industriales, con los propietarios rurales y sobre todo hizo las paces con la Iglesia. No olvidemos que en el ’14 Mussolini era un ateo que habría querido colgar al Papa. Después se transformó: el famoso pacto con la iglesia para poder conquistar el poder y mantenerlo sin ser molestado. Allí arrancó ese oportunismo político.

Usted habló de Ida Dalser como una rebelde. ¿Por qué cree que ella, a pesar de todo, siguió buscando, amando y esperando el reconocimiento de Mussolini?

Sí, rebelde en el sentido de que, en primer lugar, no aceptó compromisos. Si ella hubiera aceptado quedarse tranquila en su pueblo habría conseguido ventajas económicas. Es ese el compromiso, la mediocridad, es lo que ella no aceptó. Pero ciertamente, durante muchos años ella pensó, de una manera loca, delirante, que Mussolini seguía amándola y que eran quienes lo rodeaban los que le impedían verla. Algo que era un delirio. Pero a partir de determinado momento –y eso está confirmado por cartas escritas por ella– es como si reconociera la indiferencia, el cinismo de Mussolini. A nivel psicológico, podríamos decir que haría falta un psiquiatra, pero hay una dimensión patológica. Esa obsesión, cuando una mujer –o un hombre– se fija y cree que ese amor es algo absoluto, indestructible, irrenunciable. Después son cosas que provocan tragedias, pero en ella era justamente una fijación amorosa. Mussolini era su hombre y tenía que reconquistarlo de alguna manera, hasta que en el manicomio parece que, sobre todo en los últimos años, se calmó un poco, se volvió más lúcida, pero con la intención, no tanto con la esperanza de reconquistar a Mussolini, sino más bien de dejar una memoria de su drama. Eso se lo dice a ese psiquiatra: mire, el problema es: si no me rebelo, si no grito ¿quién se acordará de mí?

Estéticamente, el filme produce algunos paralelos con los movimientos futuristas que fascinaban al Duce. ¿Cómo se planteó el desafío de la puesta en escena de esta película?

Cuando pensé en hacer la película esa conexión con el Futurismo, que Mussolini conocía y que le gustaba, estaba clara. A él no le gustaba el melodrama, pero sí le gustaba este arte nuevo que significaba la velocidad, la destrucción de lo viejo. Y esa conexión me parecía muy interesante. Justamente la película comienza con algunas tomas de un documental futurista. Y después él va a inaugurar una muestra futurista. También ahí nosotros lo cambiamos, no es que se encontró con Ida Dalser: es el ejemplo de cómo se parte de un hecho y después se transforma. A mí me interesaba mucho que en esos años el cine había estallado como gran espectáculo popular. Y poder utilizar el cinematógrafo ya sea para la documentación de la guerra o como espectáculo de diversión era una posibilidad de enriquecer o de dar un estilo, y podríamos decir una cierta originalidad a la forma de este filme, usando el cine dentro del cine, sin que se volviera una operación de tipo intelectualista, de tipo abstracto, porque el pueblo corría, llenaba las salas. Hay algunos pasajes en los que inserté incluso fragmentos de documental. Pero la mayoría de las veces, como cuando ellos en el hospital psiquiátrico ven The Kid de Chaplin, está la representación cinematográfica. En ese sentido es un escaneo, una cadencia, una recurrencia frecuente de la película, que hace a su estilo.

La actuación de Giovanna Mezzogiorno es impactante. ¿Cómo fue dirigirla? ¿Tenían registros del personaje o fue pura invención?

Hicimos algunas pruebas. Al principio uno siempre duda, pero su mirada, su boca, su determinación, su belleza, aunque no es una mujer muy alta, pero su físico, de alguna manera, la forma de caminar, no sólo de hacer el amor, sino de caminar, de hablar, de encontrarse, eso me pareció algo que en cierto modo le pertenece. Y también, al hacer el personaje, ella en cierto modo pensó en su madre. Porque su madre, cuando se enamoró de Vittorio Mezzogiorno, un actor famoso en Italia que murió muy, muy joven, en cierto modo abandonó el teatro y se dedicó totalmente a Vittorio. Como si por Vittorio ella hubiera renunciado a todo. Y esa fijación amorosa de la madre la ayudó a interpretar a Ida. Y después, el trabajo. Creo que ella la llevó a niveles altísimos y justamente también por eso. Haber tenido la experiencia de una mujer – su madre – que la ayudó a llegar a esos óptimos niveles.

¿Está trabajando en algún proyecto? ¿Siente que esta etapa, curiosamente, es una de las más productivas y valoradas de su carrera?

Sí, efectivamente, pese a que ya no soy joven hay mucho trabajo. En este momento estoy realizando una dirección televisiva, algo extraño: Rigoletto de Verdi. Y sí, tengo varios proyectos, pero me gustaría hablar de la Italia actual. Pero todavía no tengo las ideas muy claras. Presentaré en Venecia fuera de concurso un pequeño filme que rodamos en este laboratorio de Bobbio, la localidad donde yo nací, que se llama Sorelle Mai y es una película que contiene seis episodios filmados en años distintos en ese laboratorio. Lo presentaré en Venecia. Y después veremos. Sin ninguna duda trabajaremos. Soy muy optimista.


Una última pregunta. No sé si le interesa el fútbol, pero qué opina de la actuación italiana en el Mundial.

No. Los grandes hinchas recibieron una terrible desilusión y usaron términos muy fuertes: qué vergüenza, qué asco. Todo eso me parece absurdo. Digamos que Italia fue eliminada justamente porque – no hubo ninguna injusticia – es que era un equipo débil. No es qué lástima, que tuvo mala suerte. No podía seguir así. Esperemos que en el futuro, con el nuevo entrenador, pueda reconstituirse. Era un equipo viejo, era algo que sabíamos todos, pero el entrenador quiso conservar el equipo – o una buena parte, que ganó el mundial de hace cuatro años, y fue un error. Y ustedes argentinos, también fue una desilusión, en el sentido de que su equipo verdaderamente podía ganar. Consiguió buenos resultados. Bueno, esperemos al próximo campeonato.

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