11.1.10

Acerca de Rohmer


La muerte de Eric Rohmer me tomó de vacaciones, alejado de las rutinas formales del trabajo en el diario, ocupado en otras cosas. Recién hace algunas horas que me enteré de su muerte y todavía no consigo armar las expresiones correctas y adecuadas que le harían justicia a su cine.

Al evitar mi obligación usual de resumir vida y obra de grandes cineastas en un par de horas para llegar a un cierre me veo en la libertad de pensar y meditar un poco más sobre Rohmer y su cine. Y me parece que no es necesario apurar esa reflexión, que puede llegar a ser más medida, masticada, analizada. Lo que sigue son un par de apuntes al voleo...

En principio puedo decir que se va uno de mis cineastas preferidos, de esos capaces de capturar tanto los dilemas morales y psicológicos como la gracia y la belleza del mundo. Sus películas son -salvo excepciones- casi un todo indivisible, de una pieza, un largo filme-río sobre el mundo en que vivimos, los problemas que enfrentamos, las dualidades que conviven en cada uno de nosotros, nuestros diálogos, nuestros silencios, nuestros secretos.

Rohmer filmó el amor y el desamor, el encuentro y el desencuentro, la palabra y el silencio, París y el mundo. Casi todo lo que yo pretendo del cine está en las películas de Rohmer: tres, cuatro películas suyas construyen y completan un mundo, abrazan un universo, mezclan realismo con encantamiento, prosa con poesía, lo mundano con lo celestial.

Mi última experiencia Rohmer fue excepcional. Sentado en la segunda fila de un cine de Viena, en el festival de 2008, viendo LOS AMORES DE ASTREA Y CELADON junto a Mariano Llinás. Los dos salimos del cine en silencio y tardamos un par de minutos en ser capaces de decir algo. Y nada de lo que dijimos podía capturar la experiencia de lo visto. Dos charlatanes insoportables como nosotros, en silencio, caminando por Viena, pensando en los amores de Rohmer, en su luz, en su mirada, en su maravillosa liviandad.

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