7.7.09

Do You Remember the Time?


Es demasiado fácil tomarse en broma el servicio fúnebre de Michael Jackson, notar la combinación de momentos indigestos, de emotividad forzada, de casi morbo público expuesto para reparar, entre otras cosas, las pérdidas de una compañía organizadora de conciertos. Sería fácil, también, meterse con cada uno de los oradores y cantantes y definir quién cantó peor que el otro (convengamos, salvo dos o tres, la mayoría fue entre irritante y horrible), quién usó más golpes bajos y falsas emociones (¡por Dios, esa diputada!) frente a quien sonó amable, inteligente y hasta gracioso (unos pocos, incluyendo extrañamente a Magic Johnson y a Berry Gordy). También es blanco fácil la pompa y circunstancia, la versión vaticana de una ceremonia gospel, la inflación de un ritual que debería caracterizarse por la sencillez, por la emoción y el dolor privado. Aquí no fue así. Por el contrario. Competencia de emociones y de voces engoladas, puesta en escena, parafernalia de consumo. Todo lo que, insisto, permite la broma fácil, la burla casi.

También, claro, es una elección fácil --la televisiva norteamericana, digamos-- la de olvidarnos de todo eso y celebrar la emoción, la humanidad que los oradores revelaron de Jackson, la reverencia de sus fans llegados desde todo el mundo, las canciones, la emoción, la puesta en escena de un show en sólo tres o cuatro días y destacar los momentos importantes y emotivos, asi como lo hicieron los comentaristas de CNN o E!

Sin embargo, por algún motivo, a mi la ceremonia entera (que la vi, como diríamos por aquí, de "pé a pá", de principio a fin) me pareció bastante más complicada que eso. Complicada al punto de no poder definirme al respecto, algo que a veces me pasa con ciertas películas norteamericanas que se pasan la rosca con la sacarina y uno las ve mitad disgustado y mitad emocionado, con el lagrimón a punto de salir y cierto fastidio porque te lo hayan sacado arteramente.

Me pasa con las ceremonias religiosas y esta, en un punto, lo era. De hecho, por momentos tenía la sensación que el evento tomaba la forma de un ritual gospel (las voces, los coros, los discursos de reverendos de esos que hacen poner a la gente de pie y gritar "amen") y trataba de observarlo con la distancia que ese tipo de ceremonias me produce: un poco de fascinación, otro de incomprensión, y usualmente bastante emoción. Digamos, es como escuchar "Heal the World", una cancion que rebosa melaza y podría irritar los sentidos, pero que puede a la vez arroparte y convencerte de que funciona y emociona.

Tal vez lo que se haya perdido en esta ceremonia es la parte musical de Michael Jackson que más me entretiene y fascina, que es la de compositor e intérpretes de grandes canciones funk y pop, las que sumadas a sus dotes fenomenales de bailarín, lo hicieron único e inconfundible. De hecho, tras los momentos más brutalmente emotivos del final de la ceremonia (la familia, la hija, etc, ya lo saben), salí de mi casa y me puse a escuchar en el viaje "Dangerous", su poco apreciado álbum de 1991. Es un disco que jamás escuché en forma completa --sí, claro, los singles, cuatro o cinco temas conocidos-- y que casi descubrí hace un rato, quedando fascinado por sus primeras cinco canciones, un increíble funk workout en el que casi no entran las canciones convencionales (ok, "Remember the Time") y que funciona casi a la manera de un ciberjam con mucho de James Brown. En la segunda mitad, tras "Heal the World", el disco pierde un poco el rumbo, pero no echa a perder la maravilla que es escuchar a esa versión, acaso la menos difundida de Jackson, actualización muscular de lo que hacía en la época de "Off the Wall".

Ese Jackson no estuvo en la ceremonia del Staples Center y era previsible que eso sucediera. De hecho, no es el Jackson que más se memorializa. Era un acto para los "We are the World", los "I'll Be There", los temas "tocantes", "conmovedores". Y es lógico. Escuchar en esas circunstancias canciones como las citadas es como poner el dedo en la llaga, tocar un nervio abierto, pedir lágrimas a la fuerza. Y uno soporta la situación sin saber si debería ser parte del juego o si lo que está viendo supera su límite de tolerancia, de buen gusto, su capacidad para tolerar el morbo.

Ver a su hija hablar llorando me fastidió y me emocionó a la vez. Lo mismo podría decir de la ceremonia (además de que fue bastante aburrida, pero ese no era el punto llegado el caso). Fue curioso ver cómo Jackson volvió a "ser negro" después de muerto y sus cuestiones personales fueron olvidadas por completo. Rara esta extraña "celebración" de la muerte joven: son casi una campaña promocional para el suicidio. Y eso, a esta altura, creo que fue lo que Jackson hizo. ¿O alguien lo duda todavía?

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