4.7.10

Las heridas


Desde que terminó el partido de la Selección que estoy tratando de escribir algo coherente acerca del Mundial, de la experiencia, del juego en sí, de las alegrías y de las frustraciones vividas en estos veintipico de días. Pero no lo consigo. Paso de un estado a otro. Quiero ser agradecido y celebrar mucho de lo hecho, pero a la vez hablar de defectos y problemas. Quiero festejar logros impensados y a la vez mencionar cosas que no me gustaron. Quiero hablar de Maradona, pero no sabría cómo hacerlo sin contradecirme. Y también de la prensa, pero tampoco me queda claro para donde apuntar...

No es que no tenga ideas ni que esté envuelto en el miedo o la tibieza a la hora de hablar. Siento que la experiencia mundialista y el análisis del fenómeno encierra tantos factores y abre tantas puertas que uno se siente como teniendo que definir "la argentinidad", el "cómo somos", el "maradonismo", el "anti-maradonismo" y todo lo que circula alrededor. Es que el final desnuda los excesos, deja expuesto el artificio. Cuando la fiesta se acaba, a las 8 de la mañana, y los pocos borrachos que ahí quedaron viéndola pasar miran alrededor, ven el paisaje después de la batalla. Es igual a los que ven películas y salen decepcionados porque el final no les convenció. Nada de lo previo parece tener sentido. Es pura resaca, duele todo.

Quiero pensar en el mundial como una película, pero todo lo que se me ocurre es obvio. Podría decir, como sostengo habitualmente, que si un filme me hace vibrar y motivar durante buena parte de su metraje, un final decepcionante no me quita el placer de haber sido testigo de momentos brillantes o de pequeñas epifanías. Y la participación argentina en el Mundial las tuvo, dentro y fuera de la cancha. Terminó mal, porque la chica se quedó con el otro, ese que nos dio la sensación de que, en cualquier momento, nos podía robar la felicidad en un segundo. Pero valió la pena haberla conocido.

Como toda ruptura amorosa que se precie -o decepción cinematográfica, por decirlo de otra manera-, procesar la caída en el Mundial tomará su tiempo. En este momento algunos están shockeados, decepcionados, con la reacción a flor de piel, calientes, pensando que nada valió la pena, que todo fue una gran error desde el principio, que nunca deberíamos habernos elegido unos con otros. Y están los otros, los que no pueden ver siquiera la posibilidad de haber cometido un error, los que sostienen contra quien venga, que fue la mejor y más fascinante de las experiencias.

Pero quiero creer que el tiempo irá minando esos fastidios, curando esas heridas, permitiendo mirar las cosas en perspectiva. Y acaso descubramos que, tal vez, esa chica no era la que imaginábamos, que desde el principio sabíamos que esto podía pasar (y especialmente en este romance tan volátil) y que estábamos siempre caminando al filo de la cornisa, en ruta casi segura a la decepción. Pero que la elegimos a sabiendas y nos hizo pasar una aventura increíble. ¿O esperábamos otra cosa?

Quedarán los grandes momentos y los dolorosos se irán diluyendo. Hoy, tal vez, queremos tenerla lejos y pensar en nada, en dormir un largo sueño, en olvidarnos de estos encuentros pasionales. Pero todos sabemos que el tiempo hará su trabajo y podremos pensar ese junio de 2010 como "el mes que vivimos en peligro". Esa aventura insólita llena de emociones y miedos, placer y dolor, tensiones y milagros. Y cuando uno mira para atrás, con la distancia abúlica de las rutinas cotidianas que todo lo duermen, aprende a querer sus cicatrices, a celebrar el hecho de que están allí, en el cuerpo, marcas de los abrazos, de las caricias y de las heridas que ahora, todavía, están sangrando.

Fue bueno mientras duró.

5 comentarios:

z dijo...

Buenísima la metáfora de la chica, tal cual!!!

minoumaguna dijo...

Genial! quién es el autor?

Peacock dijo...

eh, gracias, soy yo mismo...

Diego Lerer, periodista, argentino, mas o menos contemporáneo.

abz
d

Anónimo dijo...

4-0 (period)

Lucas dijo...

Inspiradísimo Diego... gracias por el texto, nos viene perfecto a quienes aún no podemos cerrar heridas, y no hablo del mundial... claro